Alan respondió:
—No te preocupes por mí, en serio —dijo, mirándonos a Mateo y a mí—. Cuando fui a buscar a Camila para vengarme, ya no me dejé salida. Lo único que me pesa es no haber podido matar a esa mujer. No pude vengar a Valerie.
—Ya hiciste bastante —le dije, con una sonrisa—. Si hubiera sido yo, quizá no habría tenido ese valor.
Alan sonrió un instante, aunque seguía con los ojos rojos.
—¿No tienes coraje? —respondió, con sarcasmo—. Recuerdo que hace cuatro años eras más impulsiva que yo. Aprovechabas cualquier descuido para rematar.
Me reí. Era cierto. En ese tiempo me dominaban la rabia y las ganas de venganza, y solo pensaba en matar a Camila.
—Qué lástima que hace cuatro años tampoco pude hacerlo —añadí—. Parece que es difícil deshacerse de ella.
—Ahora empiezo a entender cómo te sentías —dijo Alan, entre risas amargas—. Seguro nos odiabas por intentar detenerte… como yo ahora odio a Carlos.
—No te preocupes —respondí—. Tal vez el cielo no quiso que muriera tan fácil y la d