Él se sentó al otro lado del vidrio, con las manos esposadas. A su izquierda y derecha, dos policías lo vigilaban.
Tenía los ojos enrojecidos y se veía abatido.
Cuando nos vio entrar a Mateo y a mí, la mirada se le encendió por un instante muy breve, pero enseguida volvió a apagarse.
Nos sentamos del otro lado del vidrio. Mateo lo miró un momento y luego tomó el teléfono de la mesa.
Cuando Mateo levantó el auricular, Alan también tomó el suyo. Por un rato no dijo nada. Se cubrió la cara, ocultando su dolor.
Verlo así me dolió mucho. Alan siempre había sido despreocupado y alegre, un hermano cariñoso que me consolaba y me hacía pasarla bien. Sin darme cuenta, ya lo veía como familia. Y Valerie también. Los dos eran muy importantes para mí.
Todo esto era culpa de Camila. Tenía que pagar. Quería quitarle la vida, pero no podía precipitarme. Primero había que sacar a Alan de ahí.
Después de un silencio, Mateo habló:
—No te preocupes, tu mamá está bien. Le dije que vamos a hacer todo para s