Alan gritó como loco mientras lo agarraba del cuello:
—¡¿Por qué la tocaste?! ¡Tú no la amas, entonces ¿por qué lo hiciste?! ¡Ella iba a casarse conmigo, íbamos a casarnos, maldita sea! ¿Por qué tenías que hacer esto?
Tenía los ojos completamente rojos.
Una y otra vez, le daba puñetazos cargados de furia a Carlos.
Carlos, sin embargo, no se defendió.
Se quedó ahí, recibiendo cada golpe, como si no tuviera fuerzas ni para resistir.
Entre jadeos, apenas le escuché un murmullo:
—Perdón...
Cerré los ojos. Corrí hacia ellos y empujé a Alan para separarlo.
Tomé a Carlos del brazo y le grité:
—¡Esto es una trampa, ¿verdad?! ¡Dímelo! ¿Sabías algo? ¡Esto no fue voluntario, ¿cierto?! ¡Valerie también fue víctima, dime que sí!
Pero Carlos no dijo nada.
Callado, con la mirada perdida, apenas respiraba, como si la culpa o la desesperación lo hubieran dejado vacío.
La impotencia me subió a la garganta.
Le di una bofetada con todas mis fuerzas.
—¡Habla! ¡Dime qué está pasando, maldita sea! ¡Habla!
Se