Esperé más de diez minutos frente a la puerta hasta que, por fin, la manija del baño giró despacio.
En cuanto Mateo salió, me lancé hacia él, lo abracé por el cuello y sonreí:
—¡Amor, ya volviste!
Se quedó quieto, sorprendido, mirándome con los ojos muy abiertos.
—¿Qué pasa? —pregunté, inclinando la cabeza—. ¿Te asusté?
Mateo se rio y me abrazó por la cintura.
No sé por qué, pero últimamente su sonrisa me parecía cada vez más linda.
Cuando sonreía, sus ojos se llenaban de cariño y yo me derretía.
—¿Te desperté? —preguntó, acariciándome el cabello.
—No —dije, dándole un beso rápido en los labios—. No estaba dormida, solo fingía.
—Ay, amor... —murmuró, dándome un golpecito en la frente con el dedo—. ¿Otra vez quieres?
—No. —Me reí y lo llevé hasta la cama—. Hoy salí de compras con Valerie y te elegí un regalo.
Los ojos de Mateo se iluminaron, casi incrédulos.
—¿Saliste de compras y pensaste en mí?
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué insinúas? ¿Que soy desconsiderada o qué?
Él se rio, y su mir