Pero en cuanto Mateo terminó de dar las gracias, Alan quedó pasmado.
Se veía confundido, hasta un poco molesto, y preguntó:
—¿Qué te pasa a ti? ¿Tomaste algo extraño o qué? No digas cosas tan cursis, se me puso la piel de gallina.
Valerie se cubrió la boca para reírse.
Yo también tuve que contenerme.
En serio, Alan no tiene remedio.
Mira que Mateo le agradece con toda la seriedad del mundo y el otro se incomoda, como si le hablaran en otro idioma.
No extraña que Mateo se pusiera serio al instante.
Con una sonrisa sarcástica, le dijo:
—Ya entiendo, no se te puede tomar en serio.
Y lo más curioso fue que, en vez de enojarse, Alan se veía encantado.
Le echó un brazo por los hombros y se rio, torpe:
—Así sí. Este es el Mateo que conozco. ¿Cómo que de la nada me das las gracias como si fueras otra persona? Me asustaste, pensé que te habían cambiado.
Mateo apartó su mano con calma y ya no quiso seguirle el juego.
No era para menos: el mismísimo Mateo Bernard agradeciendo con sinceridad y el