Justo cuando me desahogaba a gritos, entró una llamada. Medio atontada, miré la pantalla: era Mateo.
En ese instante, toda la rabia y la frustración que llevaba dentro encontró una salida. Apenas contesté, empecé a gritarle al teléfono:
—Mateo, eres un arrogante, un hipócrita, un maldito loco. ¿Cuándo estuve yo con Javier? ¿Cuándo lo abracé? ¡Siempre inventas! ¿No fuiste tú el que abrazó a Camila delante de mí? ¿No la defendías todo el tiempo? ¿Y qué dije yo? Nada. En cambio, tú nunca confías en mí; siempre quieres inventar culpas, siempre quieres manipularme, siempre quieres desquitarte conmigo. Te odio. Me hartas. No quiero verte ni volver a hablarte nunca más. ¡Eres insoportable! ¡Insoportable hasta la muerte!
No me importaba si alguien escuchaba al otro lado, así que seguí gritando al teléfono hasta cansarme. Al final, estaba tan agotada que el sueño me vencía; me dejé caer en el sofá, cerré los ojos y, aun medio dormida, dije un par de insultos más.
Dormida, me pareció escuchar su