Gael

No puedo dormir. Otra vez.

El techo de mi habitación se ha convertido en una pantalla donde solo se proyecta ella. Aurora. Su nombre resuena en mi cabeza como un eco interminable. Cierro los ojos y la veo. Los abro y sigue ahí. Es como una maldita enfermedad que se ha instalado en mi sistema y para la que no existe cura.

Me levanto de un salto y golpeo la pared. El dolor en mis nudillos es momentáneo, pero al menos es real, tangible, no como esta obsesión que me está consumiendo por dentro.

Desde aquel beso en el coche, algo ha cambiado. No, ha mutado. Lo que antes era curiosidad ahora es necesidad. Lo que era atracción ahora es hambre. Y lo peor es que ella actúa como si nada hubiera pasado. Como si no me hubiera dejado con el sabor de su boca grabado a fuego en la memoria.

Tres días. Setenta y dos horas exactas desde que sus labios tocaron los míos y luego se alejó, dejándome en el limbo. Tres días en los que la he observado desde lejos, fingiendo que no me importa, que no me a