Capítulo 28
Después de que logré llegar a casa, apenas pude mantenerme en pie. El cansancio me golpeaba como una ola interminable y, aunque intentara aparentar fortaleza, mi cuerpo seguía sintiendo los rastros de la sedación que me mantuvo a merced de ese enfermo durante días. En cuanto crucé la puerta, Mía me preparó un té relajante especial, algo que ella siempre hace cuando estoy al borde del colapso. Lo bebí sin protestar, porque sabía que después tendríamos que ir al hospital a hacerme un chequeo completo.

La herida en mi cabeza no dolía tanto, pero me hacía sentir débil, como si todo a mi alrededor flotara en cámara lenta.

Lo que sí sentía con fuerza eran los brazos que rodeaban mi cintura cuando me acosté: Samuel. No se separó de mí ni un segundo desde que me encontraron. Se tumbó a mi lado sin siquiera quitarse los zapatos, como si temiera que, si se movía, yo desaparecería de nuevo. Y ese pensamiento me rompió el corazón.

Él sollozaba muy despacio, casi en silencio. Pero yo lo escuchaba.
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