Los días habían transcurrido con una lentitud deliberada, como si el tiempo se estirara para darles a Samuel y Alía un respiro antes de la tormenta. Samuel había reducido sus horas en la oficina, delegando tareas mientras mantenía un ojo vigilante sobre el infiltrado que amenazaba la estabilidad de su empresa. Ya habían informado a los altos mandos que la estrategia contra el sabotaje estaba lista y a punto de implementarse.
Mientras tanto, Alía y él habían aprovechado cada minuto: paseos por la playa al atardecer, cenas en terrazas ocultas, visitas a pequeños cafés donde nadie los reconocía. Eran los lugares que Alía siempre había soñado compartir con una pareja, y ¿quién mejor que su esposo, el hombre que la hacía sentir como la protagonista de su propia historia de amor?
Lunes por la mañana. El sol entraba a raudales por las ventanas de su dormitorio, iluminando la silueta de Alía mientras se preparaba para volver al set de grabación. Su agente le había advertido la noche anterior: