—¡Corten! Quedó listo, muchachos. Lo hicieron bien y en una sola toma
—anunció el director, mientras el equipo aplaudía.
Respiré aliviada, tratando de relajar los hombros. La escena me había drenado, y no precisamente por la actuación. Sentía la piel arder todavía por la cercanía de David. Seguía abrazándome, como si el guion no hubiese terminado.
—¿Por qué te casas con él? —preguntó, con una voz tensa, casi temblorosa—. ¿No te acuerdas de lo mucho que me gustas? ¿Por qué me hacías hacer todas esas estupideces como los chocolates, los regalos, las flores?
El tono de su voz me heló la sangre. Todo el set quedó en silencio. Pude sentir cómo la atención se desviaba hacia nosotros.
—David, suéltame —le dije en un susurro firme, apretando los labios—. Todos nos están viendo. Además, no tengo por qué darte explicaciones sobre mi vida. Yo nunca te pedí nada. Si aceptaba tus regalos era por educación, no por interés.
Me miró como si no entendiera nada. Esa mirada vacía, con una chispa enferma