Capitulo 2

Odiaba cuando mi madre organizaba sus “reuniones sociales”.

 

Yo las llamaba “las cumbres de las víboras con tacones”.

 

Eran un grupo de mujeres vestidas con diseñadores caros, maquillaje que pesaba más que sus conciencias, y sonrisas falsas tan brillantes que daban dolor de cabeza.

Y como siempre, ahí estaba yo, prisionera de ese teatro elegante en la sala principal de la casa.

—¿Así que el matrimonio será en dos semanas, Mía? —preguntó una de las víboras, sorbiendo su té como si el chisme fuera oxígeno.

—Nada más y nada menos que con Samuel Anders, el joven más prometedor de Livor —añadió otra, con esa envidia apenas disimulada que le tensaba la mandíbula.

Mi madre, Mía Klein, sonrió radiante, disfrutando cada palabra. 

—Así es —respondió con orgullo—. Mi hija se casará con Samuel en dos semanas.

Rodé los ojos. Quise desaparecer. 

No soportaba escucharlas, hablar de mi boda, como si yo fuera un trofeo que se expone en una vitrina.

—Dios, Mía, tienes tanta suerte —suspiró una—. Si antes lo tenías seguido en tu casa, ahora que será parte de tu familia, lo tendrás con más frecuencia.

—Imagínate ser la suegra de Samuel Anders… —añadió otra, con un suspiro fingido.

Quise gritar.

No entendía cómo mi madre podía soportar a esas mujeres, mucho menos disfrutar de su compañía. Ellas no eran amigas; eran pirañas envueltas en seda.

Y lo peor es que, aunque me negara a admitirlo, no estaban del todo equivocadas. 

Samuel Anders era guapo.

 

Demasiado guapo, de hecho.

 

Alto, con hombros anchos, una sonrisa tranquila y esos ojos azules imposibles de ignorar. Tenía una presencia que llenaba cualquier habitación. Y ese maldito cabello negro… suave, ordenado, perfecto. 

Más de una vez me había sorprendido queriendo pasar los dedos por él solo para comprobar si se sentía tan sedoso como parecía.

Me odiaba por eso.

—Mía, no puedo creer tu suerte —continuó una de las mujeres, tomando un sorbo de té—. Has conseguido que tu hija se case con Samuel Anders. Son una pareja hecha en el cielo.

—Lo mejor de lo mejor —corroboró otra, sonriendo con esa malicia disfrazada de admiración.

—Hay tantas mujeres muriéndose de envidia —añadió la primera—. ¿Sabes cuántas quisieran estar en su lugar? Algunas hasta inventaron historias diciendo ser “la señora Anders”. ¡Incluso hubo quienes juraron llevar a sus hijos en el vientre!

Me tragué el impulso de soltar una carcajada amarga. 

Sí, eso era lo que se decía de él. 

El hombre de las mil conquistas, el seductor intocable, el eterno soltero millonario.

Y, por alguna razón, mi familia había decidido que yo debía ser la que lo domara.

Me levanté del sofá de golpe.

 

—¿Alia? —preguntó mi madre, sorprendida.

—Lo siento, mamá. Se me fue el apetito. Con permiso.

Salí antes de que alguna de esas mujeres se atreviera a opinar sobre mi “sensibilidad”. 

Genial, ahora seguramente dirían que soy una novia histérica que no soporta que hablen de su amado.

Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama. 

Mi cabeza daba vueltas. 

No quería casarme. No con Samuel. No así.

Samuel Anders, el causante de todos mis problemas. 

El hombre perfecto para todos… excepto para mí.

Me cubrí el rostro con las manos.

 

—Jodida vida… —murmuré.

Quería huir. Tomar mis cosas y desaparecer. Pero no podía hacerlo. No quería decepcionar a mis padres. 

Mi padre, Anthony, había confiado tanto en ese acuerdo. Y mamá parecía flotar en una nube de prestigio y orgullo social.

Yo… yo solo quería un amor real.

 

Uno que no naciera de un contrato o una cena entre socios.

Tenía estudios, metas, proyectos. Era buena en lo que hacía. Pero, en el fondo, seguía siendo una mujer que soñaba con algo simple: alguien que me eligiera porque me ama, no porque le conviene.

Cerré los ojos y suspiré.

No sabía cuánto más podría fingir.

***

Samuel

—Espero que tengas la decencia de invitarme a la boda —dijo Amanda Fox, cruzando las piernas frente a mi escritorio con una sonrisa que intentaba parecer relajada.

La miré con una mezcla de gratitud y culpa. Amanda siempre había estado ahí, silenciosa, eficiente, leal. Demasiado leal.

—Claro que lo haré —respondí, dejándome caer en la silla—. Aunque no estoy seguro de que haya mucho que celebrar.

Ella arqueó una ceja.

 

—¿Problemas con la futura señora Anders?

—Alia parece odiarme más cada día —admití, frotándome la frente.

Amanda bajó la mirada. Sus dedos se entrelazaron sobre su regazo. 

—No me sorprende, Samuel. La están obligando a casarse. No dio su consentimiento real.

—Lo sé… —dije con un suspiro—. Pero aun así quiero hacerla feliz. No sé cómo explicarlo. Quiero darle todo, incluso si nunca me lo pide.

Amanda asintió despacio, con una sonrisa triste. 

—Ese es el problema, Sam. No puedes comprar el amor. No importa cuánto des, si no nace de ella, será vacío.

Su sinceridad me golpeó más de lo que esperaba. 

Amanda siempre decía la verdad, incluso cuando dolía.

Ella me tomó la mano, un gesto breve, contenido. 

—Eres un buen hombre, Samuel. Y eso es lo que Alia necesita ver. No al empresario, ni al socio, ni al hombre del que hablan los rumores. Al verdadero tú.

—¿Y cómo se hace eso? —pregunté con una sonrisa cansada.

—Viviendo con ella. Escuchándola. Consintiéndola, no con regalos, sino con presencia. 

Hazle saber que no se arrepentirá de haberte conocido.

Nos quedamos en silencio unos segundos. 

Yo pensando en cómo conquistar a una mujer que parecía haber construido un muro de acero entre nosotros,

 

Y ella… despidiéndose de algo que nunca fue suyo.

—Bueno —dijo finalmente Amanda, poniéndose de pie—, me voy. Anthony quiere verte.

Asentí. 

—Y no te preocupes —añadí ella con una sonrisa forzada—. Quiero mi invitación escrita en letras doradas.

Solté una risa sincera. 

—La tendrás.

—Y también quiero que me cuentes cómo fue que te enamoraste de ella. —Dejó la frase flotando en el aire y salió antes de que pudiera responder.

La observé alejarse por el pasillo. Se veía fuerte, pero sus hombros estaban tensos. 

Sabía que Amanda merecía a alguien que la amara como ella me amaba a mí. Pero no era yo.

—Amigo, toma asiento —dije cuando Anthony Klein entró en la oficina.

—No será necesario, será rápido —respondió, dejando unos documentos sobre el escritorio.

Los tomé, pero mi mente estaba en otra parte. 

En una habitación de una casa grande, donde una mujer de ojos verdes y carácter imposible probablemente maldecía mi nombre.

Anthony me observó con curiosidad. 

—¿Qué es eso que estás mirando con tanta emoción?

—El modelo de las invitaciones de la boda —dije, mostrándole el diseño en mi tableta.

Él sonrió, satisfecho. 

—En dos semanas, Samuel. Dos semanas y serás oficialmente parte de la familia Klein.

Asentí. 

Pero dentro de mí, lo único que sentía era una mezcla de nervios, esperanza… y miedo.

Porque había una posibilidad real de que Alia nunca llegara a amarme. 

Y aun así, no podía imaginar mi vida sin intentarlo.

***

Alia

Esa noche, me quedé mirando las luces de la ciudad desde mi ventana. 

Livor nunca dormía. Yo tampoco.

En dos semanas, me convertiría en la esposa de Samuel Anders. 

Y aunque lo odiara por todo lo que representaba… algo en su mirada seguía persiguiéndome. 

Algo que no quería entender.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP