El viento le alborotaba el cabello a Raina, que seguía asomada por la ventanilla con los ojos clavados en Iván. Él metió la mano en la guantera, sacó la libreta y se la mostró sin más.
—Ella está aquí, en mi libreta de familia —dijo, sin darle vueltas.
A Raina se le cruzó por la cabeza la escena de la boda, cuando la familia Herrera llevó al notario hasta la ceremonia para firmar ahí mismo.
Se le escapó una sonrisa ladeada, con un dejo de burla.
—¿Y el nombre que aparece ahí es el de la mujer que quieres? —preguntó ella.
—Si te acercas, lo puedes ver por ti misma —respondió Iván, bajando la velocidad.
El conductor captó la señal y se orilló.
Iván bajó del coche con calma. Rodeó el auto y se acercó a la ventanilla de Raina. Iba a abrirle la puerta, pero ella estiró la mano y lo frenó en seco.
Él no insistió. Apoyó el antebrazo en el techo, con la manga de la camisa remangada, y aspiró el aire cargado de alcohol que ella exhalaba.
—¿Quién te amargó el día hoy? —le preguntó en voz baja.