Annika despertó luego de lo que le pareció una eternidad, desorientada, con cada parte de su cuerpo dolorido, con una sensación de ardor en algunas zonas de su piel debido a los azotes que había recibido, pero con una sonrisa que no podía borrar de su rostro.
Recordar lo que había pasado la noche anterior despertaba el fuego en su interior. No podía creer que un hombre tuviese tanta resistencia y creatividad a la hora del sexo. Kian, era sin duda, uno de los mejores amantes, un hombre que daba la talla y era difícil no obsesionarse con él cuando sabía y leía a la perfección el cuerpo de una mujer.
Se incorporó en la cama con lentitud, dándose cuenta que estaba completamente sola en la habitación y que las cortinas estaban cerradas. Con el cansancio a cuestas, se volvió a recostar y permaneció largo rato mirando el techo, pensando en Kian, en toda la pasión que desbordaba y, aún así, nunca perdía su lado caballeroso y atento; un lado que ningún otro hombre se había tomado el tiempo d