Aquí estoy, en el interior de mi mente, con tres dedos de André en el orificio anal y su miembro en mi boca. Deseo escapar, huir a la esquina de mi jaula, pero la posibilidad de que él dañe a Basima es superior a mis miedos.
Abro y cierro los ojos varias veces con el objetivo de echar de mi pensamiento la imagen que me tortura. Aunque me he creído a salvo en la casa de Ahmed, ahora tengo dudas. Tal vez, sean ciertas las enseñanzas de Ghaaliya: Todos los hombres son unos salvajes que usan a las mujeres para conseguir placer.
No me resisto a los embates de Ahmed. Por peores cosas he pasado en el mercado negro de esclavas. Solo que aquí me he permitido soñar, y él ha alimentado mis sueños. Sin embargo, no soy tan fuerte para mantenerme impasible. Quiero llorar y lo hago. Dentro de mí, germina una llama de rebeldía a media asta.
—Amira… Ami, mi niña. Por Dios, no te pongas así.
Hay angustia en su voz, una pesadez tan honda que me empuja a cuestionarme mis miedos. La sensación que m