No se atrevan a juzgarme
No se atrevan a juzgarme
Por: Sarah B. Robinson
Capítulo 1

Hacía rato que su  madre, Daniela, había entrado a sala de partos y nadie salía a decirles nada. Los cuatro hermanos esperaban ansiosos noticias de su mamá y de su hermanito o hermanita.

La mayor, Bárbara, de apenas dieciocho años,  que cumpliría en tres días, cuidaba de los otros tres, los gemelos de nueve, Agustín y Abraham, y la pequeña Roselyn, de cuatro.

Daniela era muy joven, con solo dieciséis años tuvo a su primera hija, fruto de la relación con el hijo de sus patrones. Siendo una chica venida de un pequeño pueblo del interior del país, prácticamente analfabeta, sin familia y sin recursos, se deslumbró con aquel joven de ciudad, y  cuando supo que estaba embarazada,  los padres del muchacho, la despidieron y con apenas un pequeño pago, la jovencita salió a rodar.

Ayudada por el sacerdote de una parroquia en un barrio muy marginal, consiguió trabajo en otra casa de familia, que la aceptó con la pequeña.

Era una joven ingenua, bonita y trabajadora como pocas, no se entraba en remilgos al momento de hacer cualquier oficio, porque le interesaba conservar su empleo, para mantener un techo sobre su cabeza y alimento para su pequeña Bárbara.

Sin embargo, ella seguía buscando el amor. Seguía creyendo que el príncipe  azul llegaría a rescatarla de ese mundo de trabajo y penurias. Pero no se ve a menudo que los hombres tomen  en serio a una muchacha con un hijo sin padre.

Aquellos hombres la enamoraban, le prometían villas y castillos a la joven, pero al lograr lo que buscaban, la abandonaban a su suerte. Y varias veces con nuevas bocas que alimentar.

Fue de esa forma que Daniela, ahora con treinta y cuatro años, esperaba a su quinto hijo. Había crecido, y luchado duro para sacar adelante a sus hijos. Y se había prometido que éste sería su último error. Con esfuerzos enormes logró comprar una casita en aquel barrio humilde, muy pequeña para todos ellos, pero era un techo propio. Muchas veces creyó encontrar un padre para sus hijos y darles estabilidad y una vida mejor, pero no fue así. Al contrario, en ocasiones sólo les produjo dolor, como la ocasión en que llevó a casa a ese horrible hombre, dominante y de mal carácter, que les daba órdenes como si fueran sus vasallos, y si alguien se quejaba, se volvía una furia y volcaba su violencia contra todos, incluso Daniela. Fue Bárbara, con catorce años, quien le puso fin a la situación cuando en medio de un arrebato de rabia del sujeto, éste intentó golpear a su hermano Abraham,  y la joven tomó un cuchillo y lo puso en la garganta del hombre, y con la intención de asesinarlo saltando de sus ojos, le hizo comprender que si quería conservar su cabeza sobre sus hombros, debía irse y nunca regresar.

Fue la fuerza de voluntad y el carácter decidido de Bárbara lo que impulsó a Daniela a seguir adelante, después de cada decepción. Cuando su primera hija nació, hubo preocupación entre los médicos que atendían el parto, porque la niña por más palmadas que le dieran, se negaba a llorar, hasta que por fin lo hizo, y con sus ojos enormes y negros como la noche, miró a su madre. Eso llevó a Daniela a ponerle el nombre de su madre, mujer recia y fuerte, que hasta el último día de su vida, había trabajado su pedacito de tierra con la fuerza y la decisión del más acérrimo campesino, hasta que un infarto acabó con ella, aún fuerte y llena de vida, de la misma manera que había sucedido con su esposo. La muerte de su madre, dejó a Daniela sola en el mundo y con sólo dieciséis años, decidió abandonar el campo en busca  de una vida mejor.

Esa vida nunca llegó, sólo el trabajo, el esfuerzo y un cuadro de hijos, fruto de sus decepcionantes relaciones.

Daniela amaba a sus hijos, nunca se arrepintió de tenerlos y siempre les dijo que ellos habían nacido para demostrarle al mundo que aún de personas sin corazón o valores, podían nacer seres maravillosos como ellos. Cada noche, aún agotada de trabajar todo el día limpiando casas, se preocupaba de que tuvieran una cena decente, las tareas de la escuela terminadas y los acostaba con un beso y a veces, se dormía con ellos, mientras intentaba contarles un cuento.

Así llevaban la vida adelante Daniela y sus hijos. Con Bárbara al frente del hogar,  haciéndolas de madre de sus hermanos mientras Daniela trabajaba desde la mañana a la noche.

Bárbara creció y se convirtió en una preciosa jovencita de negra y abundante cabellera, ojos grandes y brillantes, rodeados de espesas pestañas, que le daban a su rostro una impactante  y extraña madurez prematura. Su mirada no era la de una niña, era la de una mujer que se vio obligada a crecer mucho antes de lo que le correspondía, pero el amor absoluto e incondicional por su familia, ponía una sonrisa en sus labios al mirarlos.

Ahora se encontraba allí, con sus hermanos, esperando que les dijeran algo sobre su madre, a quien se le había adelantado el parto y su condición no era la mejor, porque había presentado subidas de presión arterial durante todo el embarazo. Le habían ordenado reposo pero como le dijo Daniela a una vecina, el reposo no se inventó para personas con hijos que mantener.

Los chicos estaban cansados, y fastidiados de esperar, pero Bárbara no tenía con quien dejarlos desde la hora en que los recogió en el colegio, así que hasta saber cómo estaba su madre, iban a tener que aguantarse allí.

— Hola, Bárbara— saludó Xiomara, su mejor amiga, al llegar— ¿qué te han dicho de tu mamá?

— Nada, Xioma, aún no sale nadie, le he preguntado a varias personas, pero nadie me dice nada — respondió la chica entre preocupada y molesta por la poca información.

— Aproveché que Giovanni tenía el carro de su papá y les vine a traer esta comida que les envió mamá, los niños deben estar hambrientos.

— ¡Ay, gracias, Xioma,  tía Engracia siempre tan buena y pendiente de nosotros!— los chicos se caen del hambre porque me los traje de la escuela directo cuando me avisaron que mamá tuvo que venirse de emergencia. Voy a hacer que coman algo.

Tomó el tupper que su amiga le entregó y comenzó a distribuir los bocadillos entre sus hermanos.

— Cómanselo todo— les habló a los chicos con autoridad—  miren que la tía Engracia lo envió con mucho cariño.

Se volvió hacia su amiga y con mirada angustiada le habló.

— En serio, ya estoy muy preocupada, hace mucho tiempo que está allá adentro y el médico me dijo que iban a tener que hacerle una cesárea de emergencia, porque su tensión estaba muy alta y el parto era riesgoso, pero hace rato de eso y no me dicen nada.

— Seguramente todo va a estar bien,  tranquila, voy a quedarme un rato aquí contigo. Giovanni me viene a buscar más tarde; mamá dijo que me lleve a los niños para la casa hasta que tu mamá salga del hospital, porque tú tendrás que quedarte con ella, por cualquier cosa que digan.

— Tu mamá es un ángel, Xioma,  no sé qué hubiéramos hecho sin ustedes — se abrazó a su amiga y eso la hizo sentir mejor.

Esperaron un rato y Roselyn se durmió, de modo que Bárbara la acomodó como pudo en una silla múltiple que había en el lugar. Los gemelos preguntaban cada dos minutos cuando podrían irse a casa. Sólo Bárbara se daba cuenta de que no era normal una espera tan larga. Algo debía estar ocurriendo.

Justo cuando esos pensamientos cruzaban su cabeza, salió un médico y se acercó a ellas.

— ¿Familiares de la señora Daniela Vivas?— miró alrededor para ver si había alguien adulto con esos niños que esperaban allí.

— Si, somos nosotros. —respondió Bárbara ansiosa.

— ¿Hay algún adulto con ustedes? Otro familiar con quien pueda hablar.

— Somos su única familia, soy su hija mayor, dígame ¿qué pasa con mi mamá?

— Verás, tu mamá ingresó en una condición complicada, muy delicada; tratamos de estabilizarla  pero tenía un cuadro hipertensivo muy grave así que la llevamos a cirugía para la cesárea, la niña nació en buen estado a pesar de ser prematura; ahora está en la incubadora estabilizándose, pero...

— Pero ¿cómo está mi mamá?— interrogó con angustia Bárbara.

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