Capítulo 2: parte 1

— Tu mamá... no pudimos ayudarla. — El médico hizo una pausa y continuó  — Estaba muy mal cuando llegó,  hicimos todo lo que pudimos.

— ¿Qué quiere  decir?— preguntó Bárbara sin desear comprender lo que le estaban diciendo— ¿qué le pasó a mi mamá?

— Tu mamá sufrió un infarto durante la cirugía, no sobrevivió. Tu mamá falleció; lo siento,  intentamos todo lo posible pero...

El médico siguió hablando pero ya Bárbara no le escuchaba. Un sonido raro, estridente, sonaba en sus oídos, como si una alarma se hubiera encendido dentro de su cabeza y no le permitiera escuchar nada más.

Una sola cosa se repetía en su mente: ¡su madre había muerto!

Su amiga la abrazó, pero Bárbara aún no reaccionaba a la noticia. Algo dentro de ella, le decía que si no aceptaba lo que le decían, haría que no fuese cierto.

— Chiqui… — le decía  Xiomara sin obtener respuestas— Bárbara, ¡dime algo, por favor!

La chica se volvió a mirar a sus hermanos que no se daban cuenta de lo que ocurría. Observó a Roselyn dormida y no supo cómo actuar.

— Eso no es posible — dijo por fin— mamá no puede estar muerta.

— ¿Hay alguien a quien quieras llamar? — le indicó el médico preocupado— alguien que se encargue de ustedes.

Bárbara se volvió a mirarlo con los ojos ausentes y fríos, con una expresión rara en su voz.

— Ya le dije que somos su única familia,  no hay nadie más. — hizo una inspiración profunda y se volvió hacia los niños. Se acercó a ellos y cargó a Roselyn dormida. Le habló a los gemelos mirándolos de frente.

— Chicos —le costó comenzar a hablar — hubo un problema con mamá mientras nacía nuestra hermanita, y se puso muy enferma,  así que para que no tuviera más dolor, Papá Dios la vino a buscar, y se la llevó al cielo, con los abuelos. Mamá no va a poder ir  a casa con nosotros, sólo la bebita ¿me están entendiendo lo que les digo, niños?

— Mamá se fue al cielo. —respondió el inteligente Abraham, mucho más astuto que el inocente Agustín. Eran gemelos, pero el parecido sólo era físico. Por lo demás, no tenían nada en común en sus personalidades— Mamá se murió. —susurró el chico

—Bárbara, ¿es verdad eso que dice Abraham? ¿Mamá murió?— gimió Agustín con los ojos muy abiertos.

— No —dijo con voz dura la hermana mayor — Aquí nadie murió, sólo se tuvo que mudar al cielo porque aquí tenía mucho dolor y allá se lo pueden curar, ella va a estar bien, nosotros también y un día la vamos a ver de nuevo.

— ¿Y quién nos va a cuidar si mamá se fue?— preguntó el pequeño Abraham.

— ¡Yo! yo siempre los he cuidado y voy a seguir haciéndolo. — los abrazó y mantuvo los ojos abiertos para impedir que las lágrimas que amenazaban con salir, pudieran escapar. No podía permitir que sus hermanos la vieran llorar. Tenía que ser fuerte por ellos. Ahora estaban solos, más solos que nunca, pero ella no permitiría que los niños se sintieran abandonados.

— Xioma… ¿puedes llevarte a los niños ahora para tu casa?

— Sí, claro. — La chica abrazó nuevamente a su amiga— los llevo, se los dejo a mamá  y me regreso, para acompañarte en lo que haya que hacer.

— Te lo agradezco, alguien tiene que quedarse con la bebé mientras arreglo las cosas de mamá— le fue imposible hablar de la muerte o el funeral.

— Regreso enseguida. Vamos niños. —tomó a Roselyn en brazos y se fue con todos, sin dejar de mirar a su amiga.

Cuando se perdieron de vista, Bárbara se volvió hacia la puerta por donde salió el médico que le había hablado y fue hasta allí.

Entró y se dirigió a las primeras enfermeras que encontró

— Quiero ver a mi mamá. — Dijo simplemente— acaba de morir, y también quiero ver a mi hermanita, acaba de nacer.

Las mujeres la miraron sin entender la calma tensa que se veía en el rostro de aquella jovencita.

— ¿Tú eres mayor de edad, niña?—preguntó una de ellas.

— Sí, tengo dieciocho. Quiero ver a mi mamá— respondió tercamente.

—Ven conmigo. — la guió hasta una sala en la que había una camilla y sobre ésta, un cuerpo cubierto por una sábana verde quirófano. Por un instante, Bárbara quiso dar la vuelta y salir, pero se regañó a sí misma y se obligó a acercarse. La enfermera esperó cerca de ella, para estar segura de que estuviera bien. Era un momento muy duro y nadie debería pasar por una situación así sola, menos aún, una chiquilla tan joven, pensó para sí la mujer.

Bárbara se acercó y con una mano levantó un poco la sábana para mirar el rostro de su madre.

Sí. Era ella. No había duda, estaba pálida, su rostro parecía de cera. No parecía que durmiera, como decían siempre que alguien moría—pensó la muchacha. — Era como una máscara del rostro de su mamá.

— Ay, mamá ¿qué voy a hacer ahora? ¿Cómo se te ocurre morirte y dejarnos solos? — Tocó su rostro que comenzaba a sentirse frío y lo acarició con cuidado, como si pudiera romperse— pero no te preocupes, yo voy a cuidar de todos, te lo prometo.  Voy a trabajar duro, como tú nos enseñaste y los voy a sacar adelante, puedes irte tranquila, mami. Los niños y yo estaremos bien,  te doy mi palabra,  ahora, necesito ir a ver a la bebé, también cuidaré de ella. Se va a llamar como tú y siempre le voy a hablar de ti. Aunque no llegó a conocerte, va a saber que si hubieras podido, la habrías amado tanto como a nosotros. Jamás te vamos a olvidar, mamá, siempre te llevaremos en nuestros corazones.

La enfermera cerca de ella, no podía menos que sorprenderse por la actitud tan firme de esa niña. Mantenía una fuerza y una entereza que la impresionaban.

— Espérame un momento, mamá, voy a ver a Danielita y regreso para encargarme de todo.

Se volvió a mirar a la enfermera y ésta le pidió que la acompañara a donde se encontraba la bebé.

Fueron allí y la vio en la incubadora. Era tan pequeña, parecía que podría caber en su mano.

— ¿Por qué es tan pequeña?— interrogó a la enfermera.

— Es prematura, pero estará bien, con cuidados crecerá pronto  y tendrá una talla normal. Necesitará que la atiendan muy bien. —agregó con duda en la voz

—Yo lo haré, siempre he cuidado de mis hermanos y también lo haré con ella. Necesito encargarme del sepelio de mi mamá  ¿Cuándo podré llevármelas?

— De los trámites de tu mamá, te informarán en Servicios al Interno, allí te extenderán el certificado de defunción, la niña deberá permanecer al menos una semana aquí, por su condición de prematura.

— Mejor que así sea, debo enterrar a mi madre y no va a ser fácil.

—Puedes ir a Servicios Sociales, allí te orientarán en lo que debes hacer— bajó su voz y le dijo a la jovencita como en secreto — Si no tienes medios económicos, hay un programa de ayuda, pueden ayudarte a conseguir lo necesario para enterrar a tu mamá — tomó una mano de la chica compasivamente— Dile a la encargada que yo te dije que hablaras con ella, dale mi nombre— se señaló el gafete que llevaba   en el pecho — Yo iré luego y hablaré con ella,  te conseguiremos toda la ayuda posible.

— Gracias, es usted muy amable. — Quiso sonreír pero sólo pudo formar una mueca — Iré ahora mismo.

Así lo hizo. La encargada no fue tan compasiva como la enfermera y comenzó a ponerle trabas a la jovencita.

— Vas a tener que traer tu identificación, ¿Cuál es tu edad?

— Tengo dieciocho —en realidad aún no los tenía, hasta dentro de tres días, pero ellos no deberían enterarse o complicarían más las cosas— En este momento no tengo mi identificación conmigo, salí aprisa cuando me llamaron y no pensé en eso. Ahora estoy muy complicada para ir a por ella, pero estoy segura de que usted podría ir adelantando los papeles que hagan falta, mientras me encargo de mi hermanita recién nacida y de mi mamá muerta— le dijo con calma, para ganar tiempo.

— Voy a hacer lo que pueda, pero debes traerla.

— ¿Quién es la persona encargada de los Servicios Sociales?

— Es justo aquí al lado— señaló a su izquierda— la siguiente puerta.

— Gracias — dijo como toda despedida. La mujer no había sido agradable, pero iba a necesitar su ayuda para poder disponer el entierro de su madre.

No fue más sencillo con la encargada de Servicios Sociales, quien se ocupaba más de los niños que de lo que le preocupaba a Bárbara.

— Escuche, señora, mis hermanitos van a estar bien, yo lo que necesito es que me ayuden con el entierro de mi mamá; ella no tenía dinero, apenas alcanzaba para vivir y yo no tengo nada,  necesito que me indique dónde puedo ir para que me ayuden con eso.

— Eso va a ser muy difícil porque el Estado a veces colabora con estas cosas, pero hay que demostrar enteramente que no puedes hacerlo por ti misma.

— ¿Y qué parte de que somos cinco hijos solos, sin ninguna otra familia, siendo yo, con dieciocho años, la mayor, no le está quedando clara? Por favor, mamá murió y ella era nuestro sustento, era quien trabajaba; ¡No tengo con qué enterrarla! Ni siquiera tengo un trabajo en este momento, necesito que me ayuden, al menos que me presten lo necesario, y en cuanto entierre a mi madre, conseguiré un trabajo, y pagaré todo. Por favor, no sé qué hacer — se sentó frente al escritorio de esa mujer y enterró el rostro entre sus manos, tratando de recuperar la calma.

— Verás, voy a enviar un informe para ver qué podemos lograr. —Dijo por fin la empleada— no puedo prometerte nada, pero ven en un par de horas y tendré alguna información.

— Y si no consigue ayuda, no sé qué voy a hacer.

— En ese caso, tendrías que dejar el cuerpo de tu madre en el hospital y  aquí dispondrían de él, la universidad a veces necesita cuerpos para estudios.

— ¿Es la única opción? ¿Me está diciendo que no podré ni siquiera enterrar a mi madre? ¡Tiene que haber una forma! —dijo con voz baja pero, que sonaba desesperada.

— Vamos a hacer todo lo posible, ven en un par de horas.

Bárbara se puso de pie, respiró profundo y miró a la mujer.

— Se lo agradezco, aquí estaré en dos horas. Voy a ver a mi hermanita — salió y caminó sin fuerzas por el pasillo hasta la sección de maternidad. Se sentó cerca del área donde tenían a la niña y esperó.

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