Los meses habían transcurrido casi sin advertirlo. Sus vidas eran agradables, sobre todo porque Arturo procuraba que siempre hicieran actividades como familia y los niños eran en extremo felices con ese padre que los trataba con verdadero afecto y era un ejemplo para ellos.
Bárbara se sentía relajada en esa vida serena, compartiendo la custodia de los niños con Arturo, y sintiendo por primera vez la paz de saber que ya no corría el riesgo de perder a sus hermanos.
El sentirse más tranquila le permitió disfrutar más de su pasión por la pastelería y consideró que era el momento de crear más sucursales, y se puso manos a la obra.
Tras el arduo día de trabajo, bastante entrada la noche, Bárbara llegó a casa y vio con alivio que ya todos los chicos estaban en sus habitaciones.
No solía llegar tan tarde, pero la nueva pastelería requería de muchos detalles aún y las horas se le fueron tratando de resolver todo los pendientes.
Se sentía realmente cansada y sólo deseaba darse una ducha, meter