Damián Webster.
Después que el doctor estabilizó a Ámbar y la trasladaron a una habitación, me encargué de qué dos guardias quedaran custodiando su puerta.
Aún ni siquiera había ido a avisar a Carmen, Hansel y Amelie, que las dos estaban bien, que el peligro no se había ido totalmente, pero que estaban a salvo.
Tan pronto como me aseguré que Ámbar quedara bien protegida me encaminé a la sala dónde el doctor había dicho que estaba mi hija. Y aquí estaba llegando al lugar por el cual gracias a una ventana grande se podía ver hacia el interior.
Una sala grande llena de incubadoras, habían varios bebés y entre esos estaba mi hija. Tenía que asegurarme que estuviera bien, que seguía respirando.
Me adentré en la sala y dejé a los otros dos hombre afuera, enseguida en mi campo de visión apareció el enfermero al cual se la había encargado, me pidió que lo siguiera y eso hice.
Caminamos entre las incubadoras con bebés que lloraban con desespero y hacían que el estar en la sala fuera algo irrit