No diré que fue fácil. Ni siquiera podía llegar a fingirlo.
Definitivamente no fue fácil dejar de pensar en Adam. No fue fácil olvidar sus caricias y lo bien que se sentía el contacto de nuestros cuerpos. Sus besos, sus miradas. Su manera de llamarme hermosa y hacerme sentir de esa manera.
Era como si su esencia se fuese fundido en la mía. Quizás el tiempo parecía corto, realmente corto, pero lo que él me había hecho sentir era algo que iba más allá. Había tenido contacto con otros hombres anteriormente, pero ninguno había sido capaz de erizarme con solo pensar en él.
Jamás me había sentido de esa manera y dudaba que pudiera llegar a olvidarlo.
Pero lo estaba logrando. Poco a poco, estaba logrando olvidarme de él, de su presencia, sus caricias, sus atractivos ojos grises o lo fácil que era hacerlo sonreír.
Me regañé mentalmente por la dirección de mis pensamientos. No podía estarme haciendo eso.
Habían pasados dos largas semanas desde la última vez que lo vi. Había retomado mis clases -veía algunas materias semi presenciales, por lo que había podido ausentarme todo el tiempo que Alissa estuvo en coma, haciendo mis evaluaciones en mi laptop-. me había reencontrado con los gemelos, quienes no permitieron que me deprimiera, a pesar de que no les había dicho que fue lo que sucedió, ellos notaron de inmediato que algo no estaba bien. Eran buenos amigos, los mejores del mundo mundial.
Y por supuesto, me encontré con Joseph.
Mi apuesto y querido profesor.
A veces sentía cosas tan contradictorias hacia él. Me había enamorado de él muy joven, con apenas diecisiete años. Siempre lo veía en el instituto, pues a veces dictaba uno que otro curso de estadística.
Me había inscrito por curiosidad, solo porque deseaba saber más de él.
Había sido una química instantánea.
Durábamos horas hablando, de todo lo que se nos pasara por la mente. Al principio él había guardado distancias, puesto que no se vería con buenos ojos a un profesor de veinticinco años siendo tan cercano a una alumna de apenas diecisiete años.
Sin embargo, las cosas se fueron dando, nuestra relación evolucionó, nuestros sentimientos florecieron.
Yo me enamoré de él, de su forma de hablar y expresarse, de su pasión por enseñar y me enamoré por su simple forma de ser.
No todo fue color de rosa, puesto que él no sentía lo mismo por mí y me lo dejó claro. Mientras yo creía en flores y corazones, él se estaba besuqueando con una de mis compañeras. Fue entonces cuando accedió a tener una especie de relación conmigo, nada muy formal. Podríamos enrollarnos para pasar el rato, así como también salir con otras personas.
Yo preferí tenerlo de esa forma, a no tenerlo en absoluto.
Claro, que a ese punto llegamos luego de que yo lo consiguiera incontables veces revolcándose con cualquier zorra.
Era contradictorio, pues sabía que mis sentimientos hacia él eran muy cambiantes. A veces lo adoraba, anhelaba sentir sus caricias y conversar con él por horas enteras, pero otras veces lo odiaba. Me costaba perdonar su infidelidad, saber que mientras yo estaba viajando, él de seguro se habría acostado con al menos dos chicas.
No podía reclamarle nada.
Nuestra relación era abierta. Fue una decisión difícil llegar allí, puesto que mi corazón roto y yo estábamos muy enfadados, pero conforme pasó el tiempo, la necesidad de volver a estar con él me envolvía, convirtiéndome en una persona muy tonta.
Era tan estúpida.
¿Cómo podía aceptar estar con alguien así?
Fácil, era muy fácil. Él me manipulaba a su antojo y yo fingía no verlo solo para estar con él.
Al menos lo había evitado las últimas dos semanas, eso era todo un progreso para mí.
—¿En qué tanto piensas? —preguntó Sean, a la vez que pasaba su brazo por mis hombros.
Estábamos en la cafetería de la universidad. En algún punto de la conversación, me había perdido en mis pensamientos. Era bastante usual y común, por lo que los gemelos estaban acostumbrados a ello.
—En lo idiota que puedo llegar a ser —respondí con sinceridad.
—No eres idiota —refutó Dean, el hermano gemelo de Sean.
Nos habíamos hecho amigos en la universidad, justo en el primer día. De hecho, la historia era toda una locura, algo que jamás olvidaríamos.
Yo estaba totalmente perdida llegando a la universidad el primer día de clases sin tener idea de a dónde me dirigía, cuando un muchacho muy atractivo se me acercó, su cabello y sus ojos eran castaños, pero algo en su rostro llamaba mi atención. Su mandíbula cuadrada, la fuerza y calidez de su mirada, sus labios con una mueca traviesa.
Era el estilo de hombre que me gustaba, debía admitirlo, pero por alguna razón, no intenté coquetear con él.
Me preguntó acerca del aula que estaba buscando, pues notó que estaba perdida. Tras guiarme hasta el salón de clases, el cual, curiosamente, era el mismo que le tocaba a él, nos hicimos amigos. Hablamos durante horas acerca de nuestros gustos y pasiones, nuestros sueños.
Hubo una chispa, una conexión.
Lo chistoso del caso, es que al día siguiente me colgué de su brazo, feliz de encontrármelo justo en la entrada, sin tener que buscarlo por toda la universidad.
Pero no era Sean, sino su gemelo.
Aún reíamos al recordar mi expresión cuando vi a su copia acercarse a nosotros con una sonrisa arrepentida. También reíamos al recordar el puñetazo que le había encestado en el hombro por no decirme que tenía un hermano gemelo rondando por allí.
—Tierra llamando a Hannah, tierra llamando a Hannah —una mano se posó en mi visión, sacándome de mis pensamientos.
—Hoy estás más distraída de lo usual, banana. ¿Todo está bien? —preguntó con preocupación. Sean solía llamarme banana, al principio era molesto, pero ya me había acostumbrado.
—Uhm, sí. Todo está perfecto —balbuceé.
—¿Qué hizo ahora Joseph?
—¿Por qué tendría que ser culpa de Joseph? —repliqué con una sonrisa.
Ambos me conocían perfectamente, sabían muy bien quién solía ser la causa de mis silencios.
Aunque esta vez estaban equivocados, muy equivocados.
—Siempre es su culpa —resumió Dean.
—Bueno, no lo voy a negar...
—Deja de darle vueltas, banana. ¿Qué sucede?
—Estoy un poco preocupada —admití en voz baja.
—Jamás pensé decir esto, pero Hannah, estás cada día más delgada —señaló con preocupación.
—Banana, ¿acaso tú...?
—¡No! —me apresuré a interrumpir a Sean —. No es lo que creen.
—Hannah, sabes que puedes contar con nosotros, somos tus amigos.
—Lo sé. Confío en ustedes, pero son cosas de chicas —admití con vergüenza.
—¿Debo ponerme un vestido para saber qué es lo que sucede contigo? —cuestionó Sean con seriedad—. Porque estoy dispuesto a hacerlo.
La carcajada brotó de mi garganta con facilidad. Los gemelos eran los mejores amigos que podían llegar a existir en el mundo. Sabía que era muy afortunada por ser su amiga. Siempre lograban hacerme sonreír, sin importar cuando nublado estuviera.
Clara, una de mis compañeras de la universidad, se acercó a nosotros. Nos encontrábamos instalados en una de las mesas de la amplia cafetería, mientras los gemelos desayunaban, aunque su comida estaba más que ignorada. A veces hacían eso, decían que irían a desayunar y al final terminaban comiendo todo a último minuto, apresurados.
—¡Hola, Hannah! —saludó con entusiasmo—. ¿Vendrás está noche a la fiesta?
—¿Cuál fiesta?
—La que está organizando Patrick. Después de la gran fiesta en su casa, decidió que sería mejor ir a una discoteca. ¿Vendrás?
—No creo que sea buena idea...
—Sí, irá —declaró con seguridad Dean.
—Cuando puedas envíale la dirección por mensaje, ella estará allí —concretó Sean.
Le di mi mejor mirada de no se metan en mis asuntos, sin embargo, cuando me volví a ver a Clara, noté que de verdad le hacía ilusión que fuera. No éramos muy amigas, pero en nuestro círculo de amistades, ella y yo solíamos reunirnos más seguido.
Solté un suspiro sonoro. No tenía muchas ganas de ir. Mi período llevaba dos días de retraso, pero intentaba no preocuparme por ello. No era la primera vez que me pasaba, aunque sí era la primera vez que tenía razones para preocuparme.
—Bien, allí estaré —dije un poco de malas.
—¡Genial! Nos vemos allí —se despidió con una sonrisa.
—Son unos entrometidos —los acusé, dirigiéndoles una mirada irritada.
—Estamos preocupados por ti, te vendrá bien divertirte con tus amigas.
—¿Ustedes no irán?
Ambos gemelos se miraron, comunicándose sin palabras. Era algo tan usual en ellos, que ya ni me molestaba en intentar entender que decían.
—Estaremos ocupados —dijo Dean, después de varios segundos.
Había algo que no me estaban diciendo, pero no les presté atención. En ese momento pasó Joseph, con alguna desconocida colgada de su brazo.
Así había sido toda la semana.
Suspiré con pesar, sabiendo que no podía decirle nada sobre eso. Incluso tuvo el descaro de saludarme mientras se dirigía a una mesa cercana.
Estaba acabando con mi paciencia. Siempre hacía eso para "castigarme" por mi mal comportamiento. Cada vez que no hacía algo que él quería o que no le gustara, entonces me restregaba en las narices a sus conquistas. No le había hablado aún de Adam y no tenía muchas ganas de hacerlo.
De hecho, estaba tan cansada de todo ese circo, que lo más probable es que terminara con esa absurda y extraña relación que manteníamos.
Era una relación enfermiza que estaba acabando conmigo.
—¿Por qué estás con él? —cuestionó con enfadó Sean.
Apenas y alcancé a negar con la cabeza, justo antes de levantarme. La silla hizo un sonido estridente, que provocó que varias cabezas se giraran en mi dirección.
—Lo siento, debo irme —murmuré apresuradamente.
Caminé con pasos veloces hacia la salida, sintiendo mi corazón latir a alta velocidad. Siempre era así cuando lo veía con otra.
Sabía que era una especie de obsesión, que no era sano. También sabía que debía acabar con eso lo más pronto posible, pero no podía. Ya lo había intentado tantas veces anteriormente...
Maldito Joseph.
—¡Hannah! —escuché su grito a la distancia, pero no me detuve.
Siempre hacía eso. Me hacía enfadar y luego iba detrás de mí, intentando convencerme de que era culpa mía por no prestarle la atención que él quería y decía merecer.
Por suerte, mi precioso Lamborghini rojo estaba esperando por mí, justo a unos metros de la cafetería. Mi regalo de cuando cumplí dieciséis años. Arranqué sin preámbulos, causando que los neumáticos chillaran estrepitosamente. Manejé a altas velocidades por un momento, sin llegar a excederme.
Era algo que me gustaba hacer cuando me sentía tensa, manejar y dejarme llevar por la adrenalina. Era cuando mi mente se ponía en blanco y podía tomar decisiones.
Debía aprender a ser más fuerte, negarme a seguir con él. Sabía que era una relación tóxica, dañina. Al igual que sabía que bastaba una llamada de su parte para perdonarlo y volver a ese ciclo.
Llegué a mi casa un poco más tranquila, consiguiéndome a Alissa sentada con las piernas en el respaldar del sillón y su cabeza colgando en el aire. Me causó gracia verla levantarse, con las mejillas sonrojadas y el cabello despeinado. Siempre hacía eso cuando se encontraba aburrida o cuando estaba esperando.
Tomé la decisión de invitarla a la fiesta, aunque sentí un vuelco en mi corazón al oírla mencionar a Adam.
No debía pensar en él.
Dejé a mi hermana en el salón y me encaminé hacia mi habitación, encontrándome con mi madre en el camino.
—Hannah. ¿Puedo hablar contigo por un momento? —preguntó con el ceño fruncido.
Sabía que no podía decirle que no, así que simplemente accedí. Nos dirigimos hacia su despacho, me quedé de pie en la puerta, para darle el mensaje de que quería irme de allí rápido. Ella solo rodó los ojos con fastidio, pero no dijo nada.
Le di una rápida mirada al despacho en el que tanto tiempo había pasado. El brillante y blanco piso se mantenía reluciente, mientras que el escritorio de mi madre se encontraba justo en el centro, reluciendo en plateado. De hecho, la mayoría de las cosas eran blancas y plateadas, apenas y se podían distinguir algunas cosas.
Mi madre tenía un buen gusto, pero la decoración de ese despacho jamás me gustó. Me recordaba a una especie de manicomio.
—¿Qué quieres? —soné más brusca de lo que esperaba.
Charlotte me dirigió una fuerte mirada de advertencia, haciéndome estremecer.
—Escuché que llevarías a tu hermana a una fiesta —comentó con un aire inocente que no me compré.
—Sí. ¿Hay algún problema con eso?
—Bájale a tu tono, Hannah. No estoy de humor para esto.
La vi acercarse a mí, lo que provocó que deseara salir corriendo y nunca más volver. Entendía porque Alissa había escapado, yo también lo hubiese hecho de poder.
—Como bien sabes, la memoria de tu hermana aún no ha vuelto —comenzó—. Quizás nunca lo haga. Tú quieres tenerla aquí contigo. ¿No es así?
—¿A qué viene todo esto?
—¿Quieres o no? —preguntó con la irritación derramándose en cada palabra.
Asentí con la cabeza, pues sería inútil negarlo. No tenía idea de que era lo que ella planeaba, pero estaba segura de que no sería algo bueno. Necesitaba arruinar sus planes, de forma que no pareciera que los estaba arruinando.
—Entonces esto es lo que harás. Irán a la fiesta de hoy, no tengo problema con eso. La mantendrás vigilada en cada momento, finge ser su amiga si hace falta. No dejes que nadie se le acerque y apenas él pueda, hará acto de aparición.
—¿Quién? —pregunté con el miedo recorriendo mis venas.
—Víctor Bennet.
—¿Traerás a ese enfermo? ¿Qué es lo que planeas?
—Casarlos, por supuesto.
Jadeé con horror al escucharla.
Yo misma era la prueba viviente de la maldad de Charlotte, pero sabotear los recuerdos de su propia hija sólo para así tener más poder y dinero era un límite.
No, definitivamente algo estaba mal en ella. No era posible que nuestra madre fuera capaz de tantas cosas, de causar tanto daño. No podía entenderlo, no podía procesar sus palabras.
Quería casarla con el enfermo acosador de Víctor Bennet, el hijo de una de las familias más poderosas de todo el país. Víctor había acosado a Alissa durante años en el pasado y ella pensaba entregársela en bandeja de plata, a cambio de dinero.
Me sentí un poco mareada durante un segundo al pensar en eso, tan impactada como estaba que no pensé en mis palabras.
—¿Qué te hace pensar que voy a ayudarte en eso?
Sentí el dolor incluso antes de procesar de dónde venía. Mi mejilla ardió como nunca ante el fuerte golpe que mi madre me había encestado. Me tomó con sus uñas en el cuello, aprovechándose de mi impresión y las clavó con fuerza, haciéndome sangrar un poco. Eso era solo una advertencia, el verdadero dolor aún no había llegado. Jadeé, temblorosa.
—Tú sabes muy bien lo que viene después. ¿Verdad, Hanny? —preguntó con un cariño ficticio que me provocó náuseas.
Sí, lo sabía. Si seguía negándome después de esto, entonces ella no dudaría en llamar a Fred y Vinni.
Me soltó cuando vio que lo entendía, que no volvería a luchar contra ella.
Yo no podía luchar contra ella.
—Muy bien, eso es todo. Te iré informando conforme el tiempo pase, no quiero que tu ineptitud dañe mis planes.
Me fui de allí corriendo, lanzándome a llorar a mi habitación. Era mi madre, pero el sentimiento de un profundo y lacerante odio se instaló en mi pecho. No iba a dejarla salirse con la suya.
De una manera u otra, tendría que arruinar esos planes.