No me sentía nada bien.
Los vómitos no cesaban y cada vez lograba comer menos. Intenté echarle la culpa al estrés, al menos los primeros días, pero comencé a preocuparme seriamente cuando mi menstruación brillaba por su ausencia.
No había de que preocuparme. Adam, al ser doctor, debería haberse encargado de la protección. ¿No? Yo no lograba recordar con exactitud lo que había ocurrido aquella noche. Sin embargo, me aferré a esa idea. Me aferré a la esperanza de que Adam se ocupó de cuidarnos.
Trataba de no pensar en ello, pero debía hacer algo.
Si existía la remota posibilidad de estar embarazada, entonces mi vida cambiaría para siempre. La simple idea lograba hacerme temblar. No estaba preparada para tener un hijo.
Pero lo primero era salir de dudas, no podía quedarme esperando tener una respuesta por arte de magia, así que pese a estar muy reticente, había mandado a Sean a comprar una prueba de embarazo por mí.
Les había contado todo al final.
Ambos gemelos me apoyaron y ayudaron desde entonces. Me mantenían alejada de la tóxica relación con Joseph, me mantenían con la mente ocupada en otras cosas y algo más importante, se aseguraron de que comiera.
Era un problema que tenía desde la adolescencia. Cuando las cosas iban mal, entonces se presentaban mis grandes amigas, Ana y Mía.
Sí, era bulímica y con principios de anorexia, algo bastante comprensible si teníamos en cuenta de que era modelo. Vigilar mi figura era una de las cosas más importantes en mi vida. Tener un kilo de más era una pesadilla para mí.
Pero eso era sólo una excusa.
Al principio empezó por el continuo miedo de haber subido de peso, debido a los castigos de mi madre, así que cada vez que me tocaba pesarme, esa semana se convertía en todo un desastre de vómitos y pérdidas de apetito.
Luego se convirtió en una rutina, no una medida desesperada por mi supervivencia.
Luchaba contra eso cada día, mi terapeuta me había ayudado durante un par de meses, pero la verdad es que pocas veces lograba ingerir todo lo que había en mi plato. Sin embargo, si llegaba a estar embarazada, entonces todo eso tendría que cambiar.
Temblé ante la idea, llamando la atención de Dean. Me sonrió, como si supiera exactamente la dirección de mis pensamientos.
Yo no podía entrar a la farmacia por la prueba, pues si alguien me veía, los chismes empezarían de inmediato. Saldría en revistas y demás cosas de cotilleo, no era una excelente idea. Por esa razón, me encontraba en la camioneta negra de los gemelos, esperando por Sean mientras Dean escuchaba la radio.
—Me gusta esa canción —comenté con timidez luego de un rato.
—A mí también. ¿Estás nerviosa?
Solté una risa histérica, para demostrarle que lo mío iba más allá de simples nervios.
—Tu hermano está buscando la prueba que pondrá mi vida patas arriba. ¿Crees que estoy nerviosa?
—Quédate tranquila —me pidió con su voz ronca—. Sé que estás alterada, pero eso no va a servir de nada.
—¿Qué voy a hacer yo con un bebé? —susurré más para mí misma que para él, pero aun así me escuchó.
—Amarlo y cuidarlo por el resto de tu vida —respondió encogiéndose de hombros.
Claro, él podía decir eso con tranquilidad. Mi madre me mataría apenas supiera que estaba a punto de hacerme una prueba de embarazo.
Justo en ese momento, al fin Sean salió de la farmacia.
—¿Eran necesarios tantos siglos para salir? —le pregunté con irritación apenas abrió la puerta del copiloto.
Estaba agradecida con él, sin embargo, los nervios se transformaban en irritación.
—La chica de la caja se quedó todo el rato felicitándome por mi nueva paternidad y preguntándome quién era la chica afortunada en llevar a mi bebé en su vientre.
Solo entonces noté su expresión alarmada. Mis carcajadas llenaron el auto, segundos antes de que los gemelos se unieran a mí. El pobre estaba pálido, pero al menos se reía.
Que vergonzoso. Esto quedaría para siempre en nuestras memorias.
Guardé la prueba de embarazo en mi bolso, mientras sentía mis manos temblar. Intentaba no pensar tanto en las posibilidades, pero algo en mí gritaba que ya era demasiado tarde, que un pequeño ser se alojaba en mi vientre.
¿Tendría que decirle a Adam? No quería que él se sintiera obligado a estar cerca de nosotros en ese caso, pero al menos merecía tener conciencia de que tendría un hijo conmigo... Si es que lo tenía.
No me adelantaría a los acontecimientos.
—¿Cuándo vas a hacerla? —preguntó Sean, inclinándose sobre su asiento para mirarme.
—Hoy en la noche. Mi madre tiene una cena importante hoy y no quiero estar tan alterada.
—Llámanos en cuanto tengas la respuesta. ¿De acuerdo? —dijo con voz suave y baja, intentando calmarme—. Cuentas con nosotros, banana. No estás sola.
—Gracias.
Les di un fuerte abrazo a los gemelos, agradeciéndoles por todo el apoyo que me habían brindado. Eran los mejores amigos del mundo.
Me bajé de la camioneta de un salto, despidiéndome con la mano. Los vi alejarse, sintiéndome más sola que nunca. Sabía que contaba con ellos, por supuesto, pero era tan difícil tener que cargar con el peso de mi futuro en mis hombros. Estaba
ahí, en mi bolso, lo que definiría mi vida entera.Y tenía que enfrentarme a aquello sola. Alissa era una buena hermana, estaba segura que guardaría el secreto, pero era demasiado cercana a Adam como para decirle. Ethan era demasiado sobre protector, capaz de ir a matar con sus propias manos a quien se atrevió a tocar a su hermanita.
Estaba sola.
Entré a la mansión, saludando a Henry, nuestro mayordomo. Él me miró con miedo, lo que hizo que me acercara un poco a él. Conocía esa mirada, significaba que era un mal día para estar en la mansión Hart.
—Señorita Hannah, hoy vendrá la familia Bennet, por favor tenga cuidado —me advirtió en voz baja.
—Descuida, no haré enfadar a mamá —le prometí.
Tic tac.
El show acababa de empezar.