El Fuego Dormido Puede Germinar
Dante cerró la puerta de su propio dormitorio con un golpe seco y se dejó caer contra ella, soltando un bufido frustrado. Aflojó el nudo de la corbata con un gesto brusco, como si esa tela pudiera liberar la presión que lo había acompañado toda la cena.
El licor aún ardía en su garganta, pero no era el alcohol lo que lo inquietaba. Eran los ojos de Serena.
Se pasó una mano por el cabello, despeinándolo y caminó de un lado a otro de la habitación. Era la misma muchacha que hace tres años irrumpió en la oficina del , con lágrimas de enojo en los ojos y el uniforme escolar arrugado… y ahora… ahora estaba frente a él convertida en una mujer.
Una mujer que había cocinado un postre