Al escuchar aquellas palabras, el rostro de Tomás se descompuso por completo.
—¡Mamá! ¿De qué demonios están hablando? ¿Deudas? ¿Nueve millones?
Luisa no quería que su hijo supiera nada de lo que había hecho, pero con los cobradores dentro de la casa ya no podía ocultarlo. Apretó los dientes y dijo:
—¡Hijo, rápido, tráele a mamá el dinero que te había guardado para casarte!
—¡¿Qué estás diciendo, mamá?! ¡Ese es MI dinero! ¡Tú misma dijiste que era para comprarme una casa cuando me casara! ¿Cómo puedes pedirme que lo entregue así nada más?
El rostro de Tomás se volvió contra ella, indignado. Ante la necedad de su hijo, Luisa levantó la mano y le cruzó una bofetada en la cara:
—¡¿Quieres el dinero o quieres la vida?! Hazle caso a tu madre y trae la tarjeta de inmediato.
Desde que se casó con el padre de Sofía, cada año Luisa había apartado una suma para su hijo. Después de más de diez años, ya eran más de tres millones.
No alcanzaba para pagar toda la deuda, pero sí para ganar algo de t