En el video aparecía Mariana aferrándose del brazo de Alejandro, exigiéndole que resolviera su problema de graduación.
La grabación no era larga, pero ya superaba las diez mil reproducciones y había quienes amenazaban con enviarla al Ministerio de Educación.
Si eso ocurría, ni siquiera Alejandro podría salvarla.
De inmediato, Mariana se desplomó en su asiento como un globo desinflado.
Los compañeros de clase le lanzaban miradas extrañas, llenas de juicio y desdén.
Jamás la habían visto de esa forma, y su rostro se tornó sombrío.
A unos metros, desde el pasillo, Sofía observaba en silencio.
La princesa intocable, la mujer que Alejandro había protegido con tanto esmero, ¿también sabía lo que era ser mirada así?
Duele, ¿verdad?
Cuando la acusaron injustamente de hacer trampa, esos mismos ojos la habían atravesado con desprecio.
Hoy no hacía más que devolverle a Mariana la misma moneda.
Mariana levantó la vista y la vio.
Casi sin pensarlo, salió corriendo del aula, la alcanzó y la sujetó c