Al fin y al cabo, la que tenían enfrente era la futura señora Rivera.
Lorena comentó con entusiasmo:
—¡Claro que sí! Lo único que no entiendo es por qué no quieres mudarte ya a la casa de los Rivera. Sería lo mejor, dicen que es enorme, como un palacio; el jardín es más grande que todo el terreno de mi casa. ¿Cómo se te ocurre rechazar algo así?
—En realidad… —Lola Hernández se sonrojó—, la verdad es que me da un poco de miedo.
Aunque no lo dijo de manera explícita, todas entendieron lo que insinuaba.
Se quedaron boquiabiertas.
—¿De veras? ¿El señor Rivera nunca te ha tocado?
—No puede ser, yo había escuchado que tu prima, con tal de atraparlo, hasta se le ofreció.
—Un hombre que ya probó, no se detiene tan fácil. Y si ya eres la prometida, ¿cómo es que él no…?
Las compañeras se acercaron con morbo, ansiosas por arrancarle un detalle.
Pero al escuchar el nombre de Sofía, el rostro de Lola se ensombreció. Lorena, al notarlo, se apresuró a defenderla:
—Sofía nunca fue respetable, nada qu