Todavía no terminaba de hablar el capitán de tránsito cuando el director lo interrumpió de inmediato:
—¡Cállate! ¿Sabes quién va en ese carro?
—No importa quién vaya ahí, todos deben respetar la ley.
—¿Respetar la ley? ¿Acaso han cometido un delito? Solo entraron por error en un tramo prohibido. Nadie salió herido, ¿para qué quieres armar tanto escándalo?
El rostro del director se puso rojo de rabia, el cuello le palpitaba. Avanzó de prisa, apartó a los agentes y se plantó junto a la ventana del carro.
El vidrio comenzó a descender lentamente.
El director reconoció enseguida el rostro de Elías.
Al verlo, los párpados del director temblaron sin control. La sonrisa servil que tenía dibujada se le congeló en la cara.
Todavía recordaba con claridad cómo Elías había resuelto el asunto de aquellas reclusas en la comisaría.
Hasta hoy le provocaba escalofríos.
—¿Podemos irnos ya?
Una frase tan simple lo hizo tragar saliva.
—Sí… claro que sí.
—Perfecto.
Elías subió de nuevo la ventana.
El dire