—Está bien, lo acepto —respondió Alejandro de manera repentina a la súplica de Mariana.
Ella se quedó helada.
—No dejaré que te expulsen, terminarás tranquila tus exámenes de graduación. Pero Silvia no puede seguir en la universidad. Y tú, olvídate de cualquier oportunidad de estudiar en el extranjero. Si decides quedarte en Ciudad Brava, será bajo tu cuenta y riesgo. Yo no volveré a intervenir.
—Alejandro… —murmuró Mariana, perdida.
Jamás la había mirado con esa frialdad. Por un instante sintió que se alejaba de él más de lo que nunca imaginó.
—Javier, acompaña a la señorita García a la salida.
Ese “señorita García” bastó para levantar un muro entre ambos.
—Sí, señor —contestó el secretario Javier.
Se adelantó, le retiró sin esfuerzo el cúter de la mano. Ella jamás había tenido intención de hacerse daño; solo repetía el viejo truco de fingir un intento de suicidio para mantener a Alejandro bajo su control.
—Por aquí, señorita García —dijo el secretario, ahora con un tono distante.
Nin