Al ver a Sofía casi sofocada frente a él, Alejandro retiró bruscamente la mano.
La furia lo había dominado; aunque había intentado contenerse, terminó lastimándola.
—¡Cof, cof! —Sofía se sujetó el cuello y tosió varias veces seguidas.
Alejandro frunció el ceño.
—No fue mi intención…
—¡Basta!
Sofía ya no quería escuchar una sola disculpa.
No le debía nada a Alejandro.
Si no fuera porque él la amenazaba a cada paso con la empresa de su padre, jamás habría tenido que fingir cordialidad frente a él.
—Señor Rivera, ¿ya puede irse?
Su frialdad le heló la sangre.
El rostro de Alejandro se ensombreció.
—Desapareciste un día entero. ¡Me preocupé por ti!
—¿Preocuparse por mí? Pues muchas gracias por su “preocupación”, señor Rivera.
Sofía soltó una risa sarcástica.
La expresión de rechazo en su cara fue la gota que desbordó la paciencia de Alejandro. Se le acercó con un paso agresivo:
—¿Qué te hice yo? ¿Por qué cada vez que me ves me miras con fastidio? Sofía, antes no eras así. ¿En qué me equivo