—A ver, déjame revisar aquí… ¿duele?
—¡Ay, ay, ay, no te muevas… no me muevas!
Sofía Valdés sentía un dolor punzante en la espalda, sobre todo después de que Elías la había dejado caer sobre la cama. Estaba convencida de que su herida había empeorado.
Leonardo palpó con cuidado y, tras un momento, comentó:
—No es nada grave. Solo diste contra el hueso, con un poco de reposo pasará.
—Yo pensé que iba a morir en manos de Elías —murmuró Sofía con resentimiento, lanzándole una mirada de reproche.
Leonardo se acomodó los lentes.
—¿Y a quién se le ocurre beber en ese estado?
—…Es que no podía dormir —respondió Sofía, con un dejo de culpa. No iba a contar que había sido una pesadilla la que la había dejado en vela: resultaba demasiado vergonzosa.
—Ya lo imagino —replicó Leonardo, mirando de reojo a Elías—. Seguro fue él quien te animó. Entiende, Casanova, que con una mujer no puedes aplicar la misma rudeza que con tus hombres. El cuerpo de una muchacha es más frágil. Si la lastimas, ¿cómo pie