—¿De veras crees que todo el mundo es tan ocioso como tú? —Sofía le respondió sin un ápice de cortesía a Alejandro.
Ridículo.
Ella lo único que quería era recuperarse lo antes posible para poder presentar los exámenes de titulación en la universidad, eso sí era importante.
Con ese pensamiento, soltó bruscamente su brazo y dijo:
—Mi mano está de maravilla. En un mes podré empezar la rehabilitación. No hace falta molestarse, señor Rivera.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué me entero de que alguien pasa horas en la biblioteca estudiando para el examen de graduación?
—¿Me estás siguiendo, Alejandro? —preguntó Sofía, incrédula.
Jamás imaginó que él fuera capaz de algo tan bajo.
Pero Alejandro, con el mismo semblante frío de siempre, respondió:
—Te equivocas. No necesito seguirte. Siempre hay quien se encarga de informarme de tus movimientos.
Sofía comprendió al instante.
El rector de la universidad estaba más que dispuesto a congraciarse con Alejandro para cumplir con sus metas anuales, incluso a