—Luna le lanzó a Sofía una mirada de auxilio.
Sofía, con un gesto casi imperceptible, le indicó que se escapara cuanto antes.
Cuando inventó aquel rumor sobre la supuesta impotencia de Alejandro, Luna había puesto a toda su familia en la lista negra de los Rivera.
Sus propios padres le advirtieron después, una y otra vez, que no volviera a provocar a Alejandro.
Así que, frente a él, la única estrategia posible era huir.
—Tengo unos pendientes en casa, señor Rivera… ustedes hablen con calma.
Y dicho esto, salió disparada como si llevara aceite en los pies.
Con su partida, el silencio en la habitación se hizo todavía más espeso.
Sofía lo enfrentó con gesto indiferente:
—¿Tiene algo que decirme, señor Rivera?
Alejandro dio un paso hacia ella.
—No pensé que te preocuparas tanto por mí.
Sofía se quedó atónita.
¿Ella? ¿Preocuparse por él?
En toda su charla con Luna no había una sola frase que demostrara interés por Alejandro. Todo lo que había dicho era en defensa propia.
—¿A qué vino usted