—Oh, mierda —jadeó Leonardo removiendo la mano de su boca y dejando el pulgar sobre sus labios de cereza—. Mírate, tan linda deshecha entre mis brazos.
Alessa sonrió perezosa, chupando y mordisqueando el pulgar áspero de Leonardo.
—Vale la pena esperar por tenerte así a ti —agregó él, disfrutando de la sensación de su lengua.
—Eres libre de no esperar.
—Alessa, ¿no lo sentiste? No lo de la pastillita —aclaró Leonardo y ella sonrió mordiéndole el dedo—. La que me vuelve loco y me pone así de caliente eres tú. Te deseo a ti.
Alessa tarareó, con los párpados pesados por la satisfacción.
—Yo también te deseo, Leo.
No pudieron seguir allí por mucho rato. Se arreglaron lo mejor que pudieron, él la ayudó y viceversa mientras susurraron sobre los últimos días. Cuando estuvieron listos se dirigieron a la salida.
—Silencio, niña —siseó Leonardo con una ceja alzada. Alessa estaba riendo escondida en su espalda.
—Lo siento —bisbiseó—. Alguien te arrancará la cabeza.
—Me las arreglaré. —Se encogió