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Frente a la mesa del desayuno, Elena contempló la comida caliente ante ella, pero solo sentía sabor a cenizas en la boca.

La amabilidad solícita de Daniel, las provocaciones de Camila... cada escena resonaba en su mente, haciéndole imposible comer.

Elena giró y subió directamente las escaleras para comenzar a empacar sus cosas.

Esta villa guardaba demasiados recuerdos de ellos, y ella debía desprenderse personalmente de cada uno de ellos.

En algún momento, Camila apareció detrás de ella:

—La señorita Elena sí que sabe mantener la compostura. Andrés es el futuro heredero de los Fernández, y yo soy su madre biológica. En esta casa no hay lugar para usted.

Elena alzó la vista y la miró con una sonrisa leve y burlona:

—¿Y qué?

La reacción tranquila de Elena desconcertó a Camila. Frunció el ceño y continuó:

—Sé que no quiere divorciarse, pero no puede ser tan egoísta. Aferrarse al título de Sra. Fernández sin soltarlo... Los Fernández nunca aceptarían a una mujer que no puede dar herederos.

Elena soltó una risa fría, con una mirada llena de desdén:

—¿El título de Sra. Fernández? Si te gusta, quédatelo.

Diciendo esto, sacó directamente el acuerdo de divorcio de su bolso y se lo extendió a Camila.

—Conoces los sentimientos que Daniel tiene por mí. Hacer que acepte el divorcio no será fácil.

—Ahora te doy el acuerdo. Si tienes la capacidad, haz que lo firme y me lo envíe. Si no la tienes, ¡prepárate para pasar toda la vida sin nombre ni reconocimiento!

El rostro de Camila se iluminó de alegría mientras arrebataba el documento.

Al ver la firma de Elena ya estampada, su expresión mostró algo de incredulidad:

—¿De verdad estás dispuesta a dejar a Daniel?

El corazón de Elena se estremeció. Haber amado a alguien durante la mayor parte de su vida hacía que escuchar palabras como "partir" no fuera algo que pudiera tomar a la ligera.

Cerró lentamente los ojos, conteniendo la amargura que bullía en su pecho. Cuando los abrió de nuevo, en sus ojos solo quedaba calma.

—Yo, Elena, ¡desdeño competir por un hombre!

Podría haber arriesgado su vida por Daniel, pero no podía tolerar la traición.

Camila soltó una risa desdeñosa, creyendo que solo era orgullo herido hablando, pero se llevó el acuerdo de divorcio.

Elena miró el vestidor, abarrotado de regalos que Daniel le había dado, pero su corazón seguía vacío.

Comenzó a empacar: ropa, documentos, cosas importantes... todo fue metido meticulosamente en su maleta.

En cuanto a los regalos de Daniel, no dejó ni uno. Los empaquetó todos y los envió a una casa de subastas.

Si había decidido irse, lo haría con un corte limpio.

Los empleados observaban a escondidas a lo lejos, murmurando sobre lo que sucedía, pero a ella no le interesaba explicarles.

Cuando terminó de empacar, era ya media tarde. Descansaba en la sala con su maleta, esperando a que Sofía viniera a recogerla.

Fue entonces cuando Elena recordó vagamente: parecía que no había visto a Andrés Fernández en todo el día. ¿Realmente lo habían enviado lejos?

Justo cuando la invadía la duda, vio a Daniel regresar apresuradamente, seguido por Camila y la madre de Daniel.

—¡Señora, por favor dígame dónde está Andrés! —Camila se lanzó hacia ella llorando, agarrándole los brazos y sacudiéndola.

La fuerza repentina hizo que Elena retrocediera tambaleándose, hasta que accidentalmente chocó con el borde de una mesa detrás de ella. Un dolor agudo la atravesó al instante.

Jadeó por el dolor:

—¿Qué clase de locura es esta? ¿Cómo voy a saber yo dónde está?

Pero Camila solo lloró con más fuerza y, de paso, tomó un cuchillo de frutas de la mesa y lo apuntó al cuello de Elena.

—¡Señora, sé que no le agrada Andrés, pero no puede enviarlo lejos a escondidas del Sr. Daniel! ¡Devuélvame a Andrés!
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