Capítulo 7
Cuando León decidió que nos encontraría a toda costa, ya estábamos lejos, rumbo al Norte, con mi hijo y mi familia.

Mi padre, a quien no veía desde hacía años, no dijo ni una palabra de reproche al encontrarnos. Simplemente nos abrazó con fuerza, junto a mi madre, mientras las lágrimas caían de sus ojos. Repetía una y otra vez, como si no pudiera creerlo:

—Qué bueno que volvieron, qué bueno que están por fin en casa...

El gran y majestuoso Alfa Rey del Norte, en ese momento, no era más que un hombre envejecido, con las manos temblorosas y el corazón lleno de preocupación por el bienestar de sus hijos.

Me sentí profundamente conmovida y, a la vez, culpable. Mi hijo, que al principio se mostraba tímido y algo distante por la nueva situación, empezó a sentirse cada vez más tranquilo y feliz al estar cerca de sus abuelos.

Después de todo lo que había vivido en la Manada Flaroar, realmente había madurado. El primer día en el Norte, me miró con esa vocecita llena de determinación y me dijo:

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