—No haría eso... —respondí sin dudar.
—Depende de lo que tengan que usted quiera proteger. Todos tienen un precio, todos tienen una debilidad. Usted es una loba sanadora, iría contra su propia naturaleza no sanar. Solo espero que se rodee de personas en quienes confíe plenamente, que nunca usarían su fuerza para sus propias necesidades. —Sus ojos parpadearon hacia Enrique cuando un gruñido de desagrado escapó de él.
Sus palabras eran similares a las de Javier, cuando me advertía sobre cómo mi poder podría usarse para el mal.
—Deben irse ahora, necesito retomar mi tónico...
—Venga con nosotros, mis padres pueden mantenerla a salvo. —se lo ofrecí, no podía seguir viviendo así. Esta no era la forma en que una Luna debería vivir, una Luna que valientemente había escapado de los horrores de su propia manada y compañero.
—No, no pueden.
—Vamos, Pelirroja, nuestro tiempo se acabó. —Enrique susurró en mi oído mientras me levantaba de su regazo y se ponía de pie detrás de mí. No quería dejarla,