Punto de vista de Carla
Sentí cosquillas en la cara; mi propio gemido me despertó de un sueño dulce.
—Carla, despierta… ya llegamos.
Abrí los ojos lentamente y vi el sol poniéndose, el cielo nocturno teñido de tonos suaves rosados y anaranjados, y el coche detenido frente a una verja custodiada.
—¿Ya llegamos? —pregunté incorporándome. No parecía gran cosa, solo una verja.
—Antes de entrar quería prepararte…
—¿Prepararme para qué?
—Unos pocos saben que estás de vuelta…
—¿De vuelta? —repetí, frunciendo el ceño.
—Sí, te habías quedado conmigo antes de partir para la Manada Nocturna Reformada. Estarán frente a la Casa del Alfa; no te alarmes… te fuiste de repente. Solo se alegrarán de que estés a salvo. —No me había dado cuenta de que su mano tocaba la mía; su pulgar describía círculos reconfortantes en mi palma abierta.
—Bien… —respondí vacilante. No recordaba su manada ni a su gente. Y ahora me di cuenta de cuánto extrañaba su toque cuando retiró la mano para tomar el volante.
Me había