Isabella se quedó en silencio, el peso de sus palabras flotando entre ellos como una niebla densa e impenetrable. Alejandro la observaba fijamente, el dolor en sus ojos tan profundo que parecía tocar su alma. Ambos sabían que se encontraban en una encrucijada, un punto de no retorno, donde cualquier decisión podría ser fatal para su futuro.
Los vientos seguían soplando, arrastrando las hojas secas del suelo y llevando consigo los ecos de la guerra. En el horizonte, el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos cálidos que, irónicamente, se sentían fríos y lejanos. Era como si el universo estuviera en silencio, esperando la decisión que marcaría el rumbo de sus vidas.
-Isabella -dijo Alejandro, su voz temblando ligeramente, pero llena de una intensidad que no podía ocultar-, no puedes pedirnos que vivamos separados, que sigamos luchando por todo lo que hemos logrado y luego desaparecer. No quiero una vida sin ti. No quiero un futuro en el que mi corazón esté vacío.
Isabella ce