El día llegó con un sol pálido y frío, un recordatorio de lo incierto que se presentaba ante ellos. El ejército de la resistencia estaba listo. Las tropas se alineaban en los campos fuera de la ciudad, preparándose para partir hacia el norte. Los caballos relinchaban, los cascos de los soldados brillaban bajo los rayos del sol, y los estandartes ondeaban al viento, llenos de promesas de victoria. Pero bajo esa apariencia de disciplina y orden, había una tensión palpable en el aire. La incertidumbre se cernía sobre ellos, como una sombra que no podía ser apartada.
Isabella se encontraba en el campo de batalla antes del amanecer, observando la formación de las tropas. Su corazón latía con fuerza, cada latido resonando en sus oídos, mientras se preparaba para liderar a su pueblo hacia una batalla que definiría el futuro del reino. Alejandro, a su lado, compartía su quietud, aunque sus ojos no podían ocultar la preocupación que lo invadía.
-¿Estás lista? -preguntó él, su voz suave pero ca