Alejandro y Elena salieron del Hotel, la brisa de la tarde acariciando sus rostros mientras descendían por la elegante escalera de mármol. Afuera, los esperaba un automóvil de lujo, negro y de líneas impecables. Alejandro, con su habitual formalidad pero ésta vez dejando claro su caballerosa galantería, se adelantó para abrir la puerta del copiloto y esperó a que Elena tomara asiento antes de cerrarla nuevamente con suavidad. Luego, rodeó el vehículo y se acomodó en el asiento del conductor. En todo momento mantuvo una expresión seria en su rostro.
Encendió el motor con un leve rugido contenido y maniobró el automóvil con precisión para incorporarse a la carretera. Conducía con una mezcla de control y naturalidad, como si el vehículo fuera una extensión de su cuerpo. Durante el trayecto, seguía manteniendo su expresión seria y formal, pero cada tanto, dirigía algunas miradas fugaces hacia Elena, quien observaba el paisaje por la ventanilla con una expresión pensativa. Se le notaba la