Elena
La mañana después huele a café, a sábanas tibias y a algo que casi me da miedo nombrar: paz.
Me despierto antes que él, con su brazo pesado sobre mi cintura y su respiración profunda en mi nuca. Damond Linwood —mi… ¿Prometido otra vez? ¿Amante? ¿Dueño de mis decisiones?— duerme como si el mundo no fuera un campo de guerra.
Yo, en cambio, estoy despierta y pensando demasiado.
La noche anterior fue un antes y un después.
No solo por lo físico, por la pasión que me dejó temblando hasta los huesos…
Si no porque ya no puedo fingir que somos solo un trato.
Damond mueve la mano por mi cintura, explorándome como si no pudiera evitar tocarme incluso dormido.
Me giro para mirarlo.
—Buenos días —murmura sin abrir totalmente los ojos.
—Buenos días —respondo, sintiendo que mis mejillas se calientan.
Sonríe, lento, satisfecho, como si pudiera leer mis pensamientos.
—Sigues aquí —dice.
—Y tú también —contesto.
La mirada que me dedica me encadena. De verdad me quedé. Después de todo.
Después de