Los días se arrastraban en el hospital con una lentitud desesperante. Aurora seguía sumida en aquel terrible letargo, conectada a máquinas, su vida pendiente de un hilo frágil. Alexander apenas salía del hospital para ducharse y comer algo; se había instalado en una suite cercana a la clínica para poder estar pendiente por si cualquier cosa sucedía.
Mel y Richard se turnaban para apoyarlo, trayéndole comida y tratando de mantener la normalidad en el caos.
Esa mañana, Alexander estaba perdido en sus pensamientos, sentado en la sala de espera, abrumado por la tensión y el silencio de la UCI, cuando de pronto el médico de Max llegó a verlo con urgencia.
—Señor King —dijo el doctor, con una sonrisa cautelosa.
Alexander se levantó de golpe, su corazón latiendo desbocado.
—Doctor, por favor, dígame que no me tiene malas noticias.
—No, claro que no, es todo lo contrario —lo tranquilizó el médico, ajustándose la bata—. El pequeño Max despertó y está superando el peligro de una forma impresio