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Damián.

Los latidos de mi corazón ensordecen mis sentidos, mi garganta está seca, no me da tregua ni siquiera para pasar un poco de saliva. Mis ojos pican, arden, mi estómago se contraé dejándome la sensación de tener en el un enorme vacío.

No escucho, ni siquiera puedo mirar con claridad a la gente que camina, corre, gritan y lloran por el área de emergencias. Mi cuerpo actúa por inercia, soy yo y al mismo tiempo no lo soy.

Hansel camina a unos pasos de mí, sus pasos son rápidos, casi está corriendo y yo lo sigo de la misma forma con tres guardias a mis espaldas.

Amelie lo llamó, solicito su presencia y no dude en seguirlo, los guardias aprovecharon mi inmutismo y se subieron a mi auto, totalmente decididos a pasar por sobre mí sí les pedía que se bajaran. Pero no estaba para perder tiempo, y heme aquí, con ellos pisandome los talones.

Estoy aturdido, mis oídos suban y no tengo idea de qué es lo que está pasando, «¡Las mataste!» su acusación no para de dar vueltas por mi cabeza, y la
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