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—¿Te traigo un pañuelo para que te limpies las babas? —habla con una sonrisa pícara en tus labios al darse cuenta que le estaba mirando de más.
—¡No sé de qué hablas, no tengo babas por ningún lado! —me defendí apretando las manos para no estampársela en la cara, se me olvidaba que el ego de este hombre siempre está al mil.
—