**SANTIAGO**
Estaba allí, parado frente a ella, intentando descifrar la jugada del destino. Mi mente se negaba a procesarlo, pero mi corazón ya lo sabía. Se hundió en mi pecho con una certeza dolorosa. Andrea estaba ahí, mirándome con el ceño levemente fruncido, sin reconocerme.
El aire en la habitación se volvió denso, como si de pronto todo se hubiera ralentizado. Cada fibra de mi ser me gritaba que me acercara, que pronunciara su nombre, que encontrara la forma de romper la barrera invisible que nos separaba. Pero antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe.
No me moví. Ni siquiera pestañeé. Mi cuerpo se negó a obedecer la orden porque mi alma seguía anclada a Andrea.
Ella me miró con extrañeza, con una leve inquietud pintada en su expresión. Sus ojos, que tantas veces me habían desafiado, ahora estaban llenos de incertidumbre. No me reconocía.
Mi pecho se contrajo con una desesperación que no había sentido nunca antes. No podía irme. No podía simplemente aceptar l