**SANTIAGO**
Hoy es el día de la boda ficticia entre Leonardo y Camila. Lo observo desde el rincón de la habitación, mientras él se mueve de un lado a otro como si estuviera atrapado en una celda invisible, incapaz de escapar de sus propios pensamientos. Tiene el ceño fruncido, las manos húmedas por el sudor y los ojos saltando de un punto a otro, como si esperara que algo —o alguien— lo detuviera. Lleva puesta ropa casual, aún no es la hora de vestirse para el acto, pero en él no hay ni una pizca de calma. La ironía es casi poética: se supone que esta boda no es real, y, sin embargo, él parece más nervioso que un novio de verdad.
Cierro los ojos por un instante y me viene a la mente el recuerdo de hace apenas unos días, cuando se acercó a mí con esa mezcla rara de humildad y determinación que solo alguien como él puede sostener sin perder la compostura. Me miró de frente, sin rodeos, como si lo que iba a decirle costara más de lo que su orgullo estaba dispuesto a admitir.
—Sé que est