En la oficina de unos de los más importantes agentes de moda de Milán, se encontraba Helena sentada frente al elegante hombre de traje oscuro. Ese hombre observa detenidamente el proyecto que ella le presenta, mientras los nervios y la ansiedad hacen estragos en su estómago y eso se intensifica cuando el hombre levanta la mirada para observarla elevando una ceja.
—Señorita Torrielli, ¿puedo hacerle una pregunta? —indaga con sutileza.
—Por supuesto —asiente.
—¿Por qué siendo la hija de uno de los empresarios más importantes en toda Italia, quiere que nosotros la financiemos? —cuestiona haciendo que ella arrugue el cejo—. Claramente no necesita que nadie la financie —explica al verle el cejo fruncido.
—Señor Salvatore, con todo respeto…
—Señorita Torrielli —le interrumpe—. Cuando comienzan con la frase “Con todo respeto” es más que obvio que van a faltarlo —expresa con una pequeña sonrisa.
—No es mi intención —exclama Helena para luego suspirar—. Mire, señor Salvatore, no quiero u