Al cruzar las puertas del ascensor privado, Mateo se dirige con rapidez hacia su escritorio con Marcelo detrás, pisándole los talones.
— ¿Qué harás con lo que descubres? —curiosa Marcelo entrando después de Mateo a la oficina.
—Depende —contesta, prendiendo su laptop.
—¿De qué? —pregunta con un poco de miedo el italiano.
—De lo que hayan encontrado.
Los ojos de Mateo se hacen enormes al leer el correo electrónico de Correa; Sabía que ocultaba algo, pero no se esperaba algo como eso. Ni se lo podría haber imaginado, nunca.
—¡Mierda! —gruñe y, como un rayo se levanta de su silla con dirección hacia fuera.
—¿Qué? —pregunta Marcelo, pero el chico no le responde y sigue su camino enceguecido. El italiano bordea el escritorio y se posiciona frente a la laptop—. Carajo —murmura leyendo el e-mail—. ¡¡Mateo!! —le grita, sin embargo, el joven ya había desaparecido del lugar.
Lo busca con velocidad por el Penthouse, pero ya se había ido.
Mateo llega a la dirección que estaba marcada en el correo