Piero y sus hombres ingresaron con prontitud al lugar. Hallaron a Alma y Alina atadas a unas sillas. Un olor desagradable a quemado le hizo doler el pecho. Había sangre en la ropa de Alma y se la veía medio desmayada. Alina estaba a su lado llorando. Les hizo un gesto a tres de sus hombres que fueran en busca de sujeto que las había lastimado. Él cuidaría a las chicas.
—Tranquila mi amor. Estoy contigo— cortó las cuerdas que amarraban sus miembros mientras Félix, uno de sus hombres, hacía lo mismo con Alina. La cargó en brazos y la abrazó intentado no lastimarla. — ¿Está bien señorita Alina? — miró hacia Alina.
—Si. Alma se llevó la peor parte— sollozó frotándose las muñecas.
—Iremos a un hospital. Deben revisarlas a ambas.
—Y… ¿y mi hijo? ¿Y Dante? A él lo hirieron— se tocó la cabeza.
—Tranquila. Están bien. Te llevaremos con ellos.
—Estoy cansada, me duele mucho la cabeza—dijo desvaneciéndose en brazos de Félix.
El hombre tomó su pulso y colocó un pañito mojado en el rostro.
—Tiene