Capítulo 5: ¿Algún día me amaste mamá?

Salí del consultorio llevando mi mochila en una mano y el celular del doctor en la otra.

El mensaje que escribí decía:

«Rebeca, tómate dos semanas de descanso, ya te transferiré tu sueldo. Me voy de vacaciones con mi amante, así que no te preocupes por mí. Cuando regrese, también te haré feliz».

Cada vez aprendo más sobre enviar mensajes; el doctor Suárez era conocido por tener muchas mujeres.

«Gracias, jefe» respondió la secretaria con un tono de resignación y desilusión apenas perceptible en su texto.

Estaba a punto de dejar caer el teléfono al suelo, pero necesitaba responder algunos mensajes para evitar que buscarán al doctor.

Guardé el teléfono en la mochila y lo dejé en un casillero. No soy tan ingenua como para llevarlo a casa.

Al menos no estoy herida, pensé aliviada.

Después de unos minutos, llegué a casa, una lujosa mansión.

—¿Dónde estabas? —me gritó la mujer de mi padre, una mujer alta y delgada con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Salí —respondí con voz cansada, mirando al suelo para evitar su mirada penetrante.

—¡Strella! —gritó molesta, pero eso era lo que menos me importaba.

Su voz resonaba en el pasillo, llena de irritación y desaprobación.

—¿Por qué tanto alboroto? —llegó mi padre con su maletín, mostrando que él siempre es mejor que todos.

Sus zapatos lustrosos resonaban en el suelo de madera mientras se acercaba.

—Gabriel, cariño, esta niña cada vez se vuelve más irresponsable. Sabes que apenas está llegando y ya están hablando de la universidad, se acerca su graduación y sigue faltando

La mujer de mi padre, hablaba con un tono de voz agudo y con gestos exagerados que expresaban su disgusto.

—Lo siento, papá, no me sentía bien de salud y fui a ver al doctor. Señora, papá, siento que me resfrié, mira, toca, papá, creo que me estoy calentando —intenté justificarme, acercándome a mi padre con una mezcla de nerviosismo y esperanza.

—Estás un poco caliente, ve a descansar —sus palabras salieron con un hilo de preocupación, sus ojos azules reflejaban una mezcla de compasión y duda.

—Sí, papi, eres el mejor, te amo —le di un beso en la mejilla y él sonrió de lado, un gesto reconfortante que me tranquilizó por un momento.

—Señora y papá, tengo hambre, iré a buscar algo de comer —me excusé, buscando una salida rápida de la situación tensa que se había formado en la sala de estar.

—Claro, Strella —mi padre me sonrió con complicidad, tratando de calmar las aguas turbulentas que se agitaban entre nosotros.

—¡Strella Mayer!... Gabriel, no la recompenses —gritó la mujer, su voz resonando con autoridad y reproche mientras me alejaba.

—Papi, estoy enferma, si como bien, mejoraré y no seré una molestia para mamá —nunca la llamo mamá, ya que ella no es mi madre.

Mis palabras salieron con una mezcla de desesperación y resignación, esperando que mi padre entendiera mi situación y me dejara en paz por un momento.

—¿Me llamaste, mamá? —preguntó la señora emocionada, sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y sorpresa, como si no pudiera creer que finalmente me estuviera reconociendo como su hija.

—Sí, has sido como una madre para mí desde que nací, así que espero que no te moleste, mamá —mentí, tratando de aplacar su ira y ganarme un poco de paz y tranquilidad.

—Está bien, ve a comer algo.

Ella estaba muy emocionada, tanto que corrió a los brazos de mi padre, dejándome sola en la cocina.

Los ignoré y entré a la cocina, preparé dos deliciosos sándwiches con queso derretido y jamón crujiente, luego bajé al sótano, buscando un lugar donde esconderme y estar sola por un rato.

—Mamá, te he traído algo para comer —pronuncié, pero la mujer en la cama, como siempre, no me miraba. Sé que me odia por ser el producto de tantas violaciones.

—Mamá, por favor, come algo —insistí, acercándome a ella.

Pero cuando estaba cerca, su mirada y sus ojos rojos se clavaron en mí. Sentí miedo y di dos pasos atrás.

«Te odio, Strella» susurró, doliéndome profundamente. Aun así, me acerqué, pero cuando estaba lo suficientemente cerca, ella desapareció.

Frente a mí estaba el diario de mamá, el diario que ya recuerdo de memoria. Puedo recitarlo una y otra vez, el diario de Alondra Vergara.

Es extraño, siempre sueño después de leer su diario.

Sueño con ella, con su cercanía, con su odio, con su sed de venganza. Incluso a veces la veo en el espejo. Sé por una foto en el diario que éramos tan parecidas. Un día fui a la casa de los padres de mamá y los maté.

Algo se apoderó de mí mientras los mataba.

Recuerdo cómo forzaron a Alondra a vivir con Gabriel porque estaba embarazada. Cómo él la hizo abortar y cómo escapó una vez, pero ellos no la recibieron. Incluso lo llamaron de nuevo para que fuera por ella.

Recuerdo cómo los maté, haciéndolos matarse el uno al otro.

Gritaron mucho, y mientras los miraba, vi en el reflejo del espejo a esa mujer con dolor en su mirada. Esos ojos rojos estaban llorosos.

—¿Algún día me amaste, mamá? —pregunté mientras sostenía el diario en mis manos y lo presionaba contra mi pecho.

El diario dice que ella no sabía quién era mi padre, pero cuando me vio por primera vez, mis ojos eran idénticos a los del mejor amigo de su amado Gabriel.

Creo que acabo de matar a mi padre biológico.

No me importa a quién le importe, una plaga menos.

Me retuvieron únicamente porque Gabriel se casó.

Mamá era explotada como una esclava, mientras que la señora anhelaba tener un hijo, pero era estéril. Por eso, me conservaron.

Y así, me encuentro aquí, en esta situación.

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