Capítulo 6… Mi vecino.

Caminé hacia mi habitación con paso lento, aferrando el diario de mi madre con delicadeza entre mis manos.

Una vez dentro, me dejé caer sobre la cama con mi yogur en una mano y una pajita en la otra, sintiendo el suave tejido de las sábanas bajo mi cuerpo.

La bolsa de plástico crujía bajo mi peso mientras levantaba el diario en alto, la luz del atardecer filtrándose por la ventana iluminaba las páginas amarillentas.

Mis ojos se perdieron en las palabras impresas, absorbida por la historia de mi madre. Visualicé su angustia al despertar en un lugar desconocido, desnuda y con su cuerpo dolorido.

Un nudo se formó en mi garganta al imaginar su desesperación. Pude sentir su soledad mientras se envolvía en las sábanas, tratando en vano de contener sus lágrimas y sus gemidos de dolor.

El crujido de la puerta al abrirse me sacó de mi ensimismamiento. Giré la cabeza para encontrarme con la figura de Gabriel, su presencia trayendo consigo un aire de nostalgia y tristeza.

Mis labios se curvaron en una mueca al recordar el gesto de cariño de Gabriel, ofreciéndole a mi madre su chocolate favorito: un Carlos V.

El mismo chocolate que ahora le producía repugnancia.

Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos.

Con un suspiro, escondí el diario debajo de mi almohada y respondí con voz firme:

—Adelante.

Mi corazón latía con fuerza mientras observaba a mi padre entrar en la habitación, preguntándome qué secretos ocultan esas páginas amarillentas.

—¿Ha mejorado tu estado de ánimo? —preguntó con voz suave al acercarse hacia donde yo estaba, sus pasos resonaban levemente en el suelo de la habitación.

Sentía su proximidad mientras se acercaba, su presencia asfixiante llenaba el espacio a mi alrededor.

—Sí, padre. Creo que la temperatura ha bajado, pero siento un fuerte impulso de... —mencioné con una sonrisa amable en mi rostro, acomodándome en la cama, el edredón suave se amoldaba a mi cuerpo mientras hablaba.

—Permíteme observarte —él colocó su mano cálida sobre mi frente, y cerré los ojos con suavidad, resistiendo la tentación de lastimarlo mientras lidiaba con mis propios tormentos internos.

—Noto que ya está bajando —dijo mientras yo agarraba fuertemente la sábana, mis dedos se aferraban a la tela con una leve presión, y sentí un leve dolor en las uñas, a pesar de que no las llevaba largas.

—¿Qué te gustaría comer, Strellita? —me preguntó mi padre con ternura en la voz, sus ojos brillaban con una falsa preocupación y amor.

Mi padre me miró fijamente a los ojos, buscando respuestas en mi mirada. En lugar de responder directamente, le pregunté tímidamente si podría comprarme un chocolate, mis ojos reflejaban una mezcla de esperanza y anhelo.

—Sabes que los chocolates no son saludables para tu corazón —expresó con un tono suave mientras desviaba la mirada hacia abajo.

—Por favor, papá. ¿Es que acaso no me amas? —mencioné, revelando mis dos vulnerabilidades: mi problema cardíaco y una enfermedad en la sangre que causa una lenta coagulación en heridas.

Mis palabras temblaban ligeramente, y mi voz estaba cargada de emociones encontradas.

—No puedo evitar amarte. Eres mi hija y no veo ninguna imperfección en ti, Strella —respondió con voz firme pero llena de amor.

—Papá, ¿sabías que tu nombre coincide con el de un arcángel? El arcángel Gabriel —mencioné con una sonrisa, observando cómo sus ojos se iluminaban con curiosidad ante mi comentario.

Fijó su mirada en mí y luego giró hacia mi almohada. Con cuidado, tomó el diario de mi madre que estaba debajo de ella y preguntó con voz suave:

—¿Ya lo has leído? —Mientras sus dedos acariciaban detenidamente la cubierta, como si estuviera recordando momentos pasados.

—Aún no me atrevo, papá. Me quedé en la parte donde ella te escribió la carta. ¿Le respondiste? ¿Sentías lo mismo por ella? ¿Te gustaba? —pregunté, con una mezcla de curiosidad y ternura en mi voz, deseando desentrañar los misterios del pasado familiar.

—Tenía una novia —respondió, con una expresión distante en su rostro, como si estuviera reviviendo viejas emociones con solo pronunciar esas palabras.

Dejó el diario con delicadeza en mi cama y se puso de pie, dejando entrever un atisbo de nostalgia en su mirada antes de apartarse.

—Mónica y su hijo vendrán hoy, deberías alistarte. Tú y él solían ser muy buenos amigos —pronunció mi padre con un tono de nostalgia en su voz, mientras observaba a través de la ventana con una expresión pensativa.

—Mónica, la que decía ser la mejor amiga de mi madre. No la he visto desde que era una niña. Tengo entendido que se fue a Europa, ¿no? —comenté, con curiosidad y escepticismo en mis palabras, mientras jugueteaba con un mechón de pelo.

—Strella, no sé qué escribió tu madre en ese diario, pero no deberías leerlo. Solo vive tu vida y deja el pasado atrás —me aconsejó mi padre, con una mirada llena de preocupación y compasión, mientras se acercaba para poner una mano reconfortante sobre mi hombro.

—Entonces no lo haré. No intentaré leerlo más, porque ella nunca me quiso. ¿Por qué me importaría su vida? —respondí, con un suspiro de resignación y un gesto de frustración, mientras me recostaba en mi silla con los brazos cruzados.

Agarré el diario y lo arrojé a la basura con un gesto brusco y decidido, dejando escapar un suspiro de alivio al deshacerme de él.

—Papá, ¿a qué hora llegará tu amiga? —pregunté con una mezcla de curiosidad y aprensión en mi voz, mientras observaba a mi padre moverse por la habitación con una expresión nerviosa y ansiosa.

—A las 6 de la tarde. Descansa un rato —dijo él con una sonrisa tranquilizadora, antes de dirigirse hacia la salida con pasos tranquilos y meditados.

En cuanto escuché que sus pasos se alejaban lentamente de mi puerta, agarré la almohada de mi cama y la arrojé hacia la puerta con un gesto de frustración y enojo.

Luego saqué el diario de la basura y lo guardé en uno de mis cajones con manos temblorosas.

Me senté frente a mi computadora y comencé a hacer mi tarea con un aire de concentración, intentando mantenerme ocupada para evitar pensar en lo que estaba por venir.

Estaba un poco atrasada debido a mis actividades extracurriculares, pero estaba decidida a ponerme al día lo antes posible.

A las 6 de la tarde, escuché que tocaban a la puerta principal con un golpe suave pero firme. Ya estaba lista desde las 4 y estaba impaciente por ver a esa mujer que participó en las desgracias de mi madre, aunque una parte de mí temblaba ante la incertidumbre del encuentro.

Pero la mujer; en realidad, era el vecino recién mudado.

La semana pasada, la esposa de Gabriel había preparado una deliciosa lasaña para dar la bienvenida a los nuevos vecinos de la privada.

Probablemente había sido el último plato que disfrutó al trasladarse.

En este exclusivo vecindario, era costumbre recibir a los nuevos residentes con platos elaborados, así que supongo que el vecino había tenido una variedad de comidas exquisitas desde su llegada.

—Muchas gracias, señora. He venido a traerle su refractario. La comida estaba verdaderamente deliciosa... Disculpe la demora, el trabajo me ha mantenido ocupado y no había encontrado el momento de devolvérselo —dijo el hombre, extendiendo su mano hacia la mujer para entregarle el refractario.

Luego, sus ojos se posaron en mí, y ella notó que él me observaba.

—Vecino, permítame presentarle a mi hija. Ella es Strella Mayers —dijo la mujer a su lado.

—Solo Strella, no suelo usar mi apellido todo el tiempo. ¿Y usted? —pregunté, observándolo detenidamente.

Sus ojos, de un color verde profundo y brillante, exhibían una belleza única que parecía atrapar la luz.

Su cabello, con matices castaño rojizos, caía en ondas suaves alrededor de su rostro, añadiendo un aura de misterio a su apariencia.

La piel que cubría sus fuertes músculos tenía un tono cálido y radiante, una amalgama perfecta entre la palidez de un güero y la riqueza de tono de un moreno.

Mientras bajaba la mirada, noté la imponente musculatura de sus brazos y hombros, así como sus piernas robustas que los pantalones apenas lograban contener, y unos pies grandes que parecían firmes y seguros sobre el suelo.

Calculé que su estatura rozaba los 2 metros, lo que lo hacía destacar en cualquier lugar donde estuviera presente.

—Es un placer conocerlo, señorita. Soy Nathan Taylor —dijo el hombre, haciendo una reverencia con una gracia que denotaba elegancia y seguridad en sí mismo.

—Simplemente Strella — mencioné, escrutándolo con curiosidad mientras me fijaba en cada detalle de su indumentaria y postura. —Interesante insignia —comenté señalando su pecho, donde descansaba una medalla que parecía tener una historia propia.

Él inclinó la cabeza levemente, permitiendo que su mirada se desviara hacia el adorno que llevaba consigo.

—Es una medalla de valentía que gané en el trabajo —respondió con una leve sonrisa, como si recordara con orgullo el momento en que la obtuvo.

—¿A qué se dedica, vecino? Si es que puedo preguntarlo —inquirió la mujer, mostrando un interés genuino en conocer más sobre él.

—Soy detective, trabajo en casos de crímenes violentos. Esa es mi especialidad —declaró con una seguridad que revelaba la experiencia acumulada en su profesión.

—¿Y cuál es la suya, señorita? —preguntó él, cambiando el foco de la conversación hacia mí.

—Me apasionan las series de televisión que abordan ese tema en particular. Creo que tengo una buena comprensión de la mente de un psicópata, aunque solo soy estudiante —respondí, tratando de parecer inocente mientras revelaba un poco más sobre mis propios intereses y habilidades.

—La realidad es muy diferente a lo que se muestra en la televisión —replicó él, señalando con tacto la disparidad entre la ficción y la vida real en su trabajo.

—Dígame, ¿cuál es la experiencia más perturbadora que ha tenido que presenciar? —pregunté.

—Lamentablemente, no puedo hablar de mis casos con personas ajenas a la fuerza policial —respondió con seriedad, dejando en claro los límites de lo que podía compartir sobre su trabajo.

—Pero, oficial Nathan, no soy cualquier civil. Soy su vecina. Tal vez podríamos llegar a ser amigos en un futuro —dije con seguridad, mis ojos estaban buscando los suyos en busca de complicidad.

—En ese caso, podríamos hablar en otro momento. Ahora tengo trabajo... Con su permiso, señorita —inclinó la cabeza con cortesía y se encaminó hacia la salida, dejando tras de sí una estela de determinación en su paso.

La mujer junto a mí simplemente me observó, sus ojos avellana brillaban con un destello de curiosidad mientras veía al oficial salir de mi casa.

—Veo que el oficial ha cautivado tu corazón —comentó con una sonrisa socarrona, sus labios comenzaban a curvándose en un gesto de complicidad.

—Nunca le entregaré mi corazón a un hombre. Todos son despreciables —pronuncié esas palabras con desdén, mis labios estaban formaban una línea firme mientras me daba la vuelta para subir las escaleras.

Nunca me ha interesado mantener una relación con alguien.

Acabo de terminar con mi «novio» con un mensaje de texto.

Todos mis encuentros con hombres son únicamente pasajeros, sin repetir con ninguno. No soy de esas personas que tienen múltiples salidas ocasionales.

Creo que mi única meta en esta miserable vida es vengar a mi madre y luego poder descansar en paz.

Jugar a ser una asesina en serie es agotador.

Quiero dar fin a mi vida y finalmente encontrar la tranquilidad.

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