II. Recuerdos dolorosos.

—  Ex marido —precisó Andrea con ímpetu.

—Solo técnicamente —  dijo él, encogiéndose de hombros.

—Técnicamente, se llama divorcio y tú y yo firmamos por si no lo recuerdas -  para conseguirlo Vittorio le había hecho pasar un suplicio —  ¡Bastante difícil por cierto! - este se encogió de hombros una vez más.

—  ¿A qué se debe todo este drama? Cualquiera diría que te abandoné, cuando fuiste tú quien me dejó – Andrea se cruza de brazos con la decepción a flor de piel.

—Siempre tan egocéntrico. Eres incapaz de pensar en los demás. Siéntete libre de irte cuando quieras – espeta.

—  ¿Quieres decirme algo o has tenido un mal día y necesitas desahogarte? – Andrea abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Para alguien tan emocional como ella, la frialdad de este hombre resultaba frustrante. — Si en el tiempo que llevamos separados has acumulado rencor y quieres expresarlo —continuó él—, no me importa servirte de paño de lágrimas – ella rodó los ojos ante su imprudencia.

—No hay palabras para expresar el horror – lo miró directo a los ojos recordando su pasado con él.

—Tengo entendido que gritar es muy consolador – Andrea gruñó ante la burla.

—Para mí lo más catártico es que te vayas. – espetó de nuevo —  No soporto tu presencia. -  Vittorio la miró fijamente, en silencio. Hasta que, inesperadamente, dio media vuelta y entró en la sala.

Andrea se quedó paralizada unos segundos. Luego fue hacia él y, tomándole del brazo con ambas manos, lo detuvo. Como si quisiera demostrarle la poca fuerza que tenía comparada con él, Vittorio dejó pasar unos segundos antes de volverse, y cuando lo hizo, fue con un ademán de total indiferencia. Entonces Andrea estalló y comenzó a golpearle el pecho con los puños, una y otra vez, mientras él aguantaba los golpes, impasible, dejándole dar rienda suelta a su rabia, como si se tratara de un científico observando el comportamiento de una extraña criatura. Hasta que de pronto, ella se encontró con las dos manos a la espalda, aprisionada entre la pared y el cuerpo de su ex. Antes de que pudiera protestar, él le metió la rodilla entre las piernas, abriéndoselas, y con su otra mano, la sujetó por la nuca.

Tras mirarla a los ojos, agachó la cabeza y la besó. Y al instante ella fue trasladada a un pasado que llevaba años queriendo olvidar. La primera vez había sido exactamente así, en la suite de del hotel donde se encontraba registrado el italiano. Con el primer beso, supo que la crueldad formaba parte de su naturaleza, pero había querido creer que era un arma con la que pretendía asustarla. Cuando eso no funcionó, intentó dominarla por medio del placer. Ella se había entregado ciegamente a la fuerza de la pasión y al placer físico que él le había proporcionado.

Ese hombre había arrancado de su cuerpo respuestas y sensaciones que ella desconocía. Con cada encuentro había elevado el placer que le proporcionaba, y sin embargo, al no acompañarlo con ningún tipo de respuesta emocional, la gratificación sexual había ido dejando a Andrea totalmente vacía y sin convicción alguna, como una adicta que alcanzara las cimas del gozo para luego caer en el abismo del vacío. Su parálisis, que Vittorio tomó como aceptación, permitió a este apoderarse de su boca y explorarla sensualmente, antes de hacerle sentir contra el vientre la presión de su sexo endurecido, pero cuando de su garganta escapó un murmullo de satisfacción, la chica consiguió reaccionar apartando la cara y evitando que continuara besándola.

—Sabes aún mejor de lo que recordaba —musitó él.

«Y tú exactamente igual: apabullante y caprichoso». Pensó casi con sufrimiento.

Andrea intentó liberarse, pero solo consiguió que él la aprisionara con más fuerza, que separara los labios para besarle la mejilla, la oreja, el cuello. Durante unos segundos, succionó el punto en el que tenía el pulso, como si quisiera absorber sus latidos. Finalmente, con un gemido, levantó la cabeza y le soltó las manos, pero no se separó de ella. Ella se quedó inmóvil, conteniendo el aliento para dominar el temblor que la recorría. Hasta que Vittorio se separó lentamente, con tanta delicadeza como si sus cuerpos hubieran quedado fundidos y temiera que se le desgarrara la piel. Solo entonces se atrevió a respirar profundamente.

—No voy a disculparme por haberte pegado —musitó—. Supongo que te ha servido de excusa para hacer lo que acabas de hacer. Como siempre, he dejado que me manipularas. Ahora, vete. – Vittorio la miró con ojos refulgentes.

—Me gusta tu cambio de temperamento. Solías ser muy... amable. – expresó como recordando algo agradable.

—Querrás decir dócil, pusilánime y totalmente dispuesta – expresó en un resoplido inconforme.

—Yo nunca lo vi así. Pero según tú, tiendo a inventar la realidad a mi conveniencia aun cuando no sea a mi favor —alzó la mano a la mejilla de Andrea y le deslizó el dedo por el mentón, el cuello y la clavícula, hasta detenerlo justo en el centro del escote—. Yo no te describiría como dócil o… ¿cómo has dicho? ¡pusilánime!. – niega con las cejas alzadas al cielo —   Es cierto que accedías a mis deseos, pero también exigías y pedías lo que querías. -  Andrea sintió un intenso calor en el vientre al recordar los momentos a los que el italiano hacía referencia.

Era el único hombre que había tenido ese poder sobre ella, y por eso mismo lo odiaba.

—No creo que hayas venido aquí para discutir nuestra extinta... alianza — susurró con aspereza. Y al ver que Vittorio enarcaba una ceja, añadió—: No encuentro una palabra menos impersonal para referirme a lo que hubo entre nosotros, y no tengo el menor deseo de rememorar el pasado. – explicó como si el hombre fuese un retrasado mental.

Dando media vuelta con gesto impasible, el no invitado dijo:

—  ¿Nos sentamos? – y sin esperar respuesta, entró en la sala como si le perteneciera, como si la turbadora escena que acababa de tener lugar no hubiera sucedido.

Ella, consciente de que atacarlo no serviría de nada, lo siguió con piernas temblorosas. A pesar de que acababa de redecorar la habitación con colores animados, pensando en Natalie y para librarse de la melancolía que sentía desde la pérdida de Sarah y de Joseph, en cuanto Vittorio entró, pareció oscurecerse y empequeñecerse como el ogro soberbio y sin corazón que era.

El hombre fue directo a un sillón rojo. Tras sentarse, se echó el cabello hacia atrás y Andrea observó que lo llevaba más largo. También pensó que los años solo habían contribuido a que fuera aún más atractivo y viril. Y lo maldijo. Afortunadamente, sabía que todo lo que tenía de hermoso por fuera, lo tenía de monstruoso por dentro, tal como el fulano ogro. Reflexionó con tal amargura que le dejó un mal sabor de boca…

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